Una idea
Así estaba en la cocina de
aquella casa, mi casa. Al menos la que tenía.
Tenía marcas en la cara y la
espalda. Salía sangre por mi nariz.
Oía gritos. Sus gritos. Esos
gritos de mierda que me hicieron crecer en desventaja. Esa personalidad patética
que solo despertaba con las rabias. Ese cerebro que no leía, no estudiaba, no
pensaba.
Una madre.
Tenía lágrimas en las mejillas,
yo.
Ella un arma en las manos. Ese
ceño fruncido como gato antes de cazar. Como quien vive en batalla, en la
guerra eterna de la nada.
Sus manos temblaban. Su boca escupía.
Sus manos temblaban. Su boca escupía.
Joven de mierda. Sola y odiosa.
La odiaba por huevona, por pesada, por mentirosa. Empeñada en que yo viviera
mal solo porque no sabía qué hacer con su vida.
Para qué es la infancia si no
para crecer. Las formas que alcance son algo azarosas.
Así estaba en esa cocina. Pensaba
y trataba de no hacer ruido. Un cuchillo que estaba en mis manos ya me había
atravesado el alma misma, pero imaginariamente. En realidad nunca estuvo ni
cerca.
Lo pensé, nada más.
Sus gritos sacaron la idea de mi
cabeza.
La causa y solución de mis
problemas.
Una madre.