Ramificación
Soy hijo único, aunque
tengo un hermano paterno que solo he visto una vez en mi vida. Eso fue en la
adolescencia. Lo peor es que también se llama Alejandro, mal. Según recuerdo,
es igual a mi padre. Mucho más parecido a él que yo. Una lata, me da rabia. ¿Cómo
él que nunca ha estado con mi papá puede parecerse a él mucho más que yo? Todo
mal con eso. El hermano éste era –o es- muy fome. Recuerdo haberlo invitado
unos copetes a los dieciséis años, pero no quiso y se pidió una bebida. Fuimos
a jugar bowling, pero él no sabía cómo hacerlo. Pool, tampoco. Fuimos a la
piscina, pero no sabía nadar. Qué lata. Todo mal. No lo invito nunca más –dije
en ese tiempo. No tuve otra oportunidad para hacerlo.
No
sé mucho más. ¿Qué se yo? Ahí está, asumo. Vive, trabaja, ama, no sé. Supongo.
No entiendo mucho si vale tanta especulación. Lo cierto es que no hay contacto.
No se forjó en esos pocos días de hace unos años. Supe que vive en Santiago. Y
ahora que lo pienso, eso de no forjar contacto con personas, con quien se puede
hacer y con quien se deba (se supone), ha sido una tendencia al menos en un par
de personas de mi familia…