Clandestinidad
Juntos quedaron de verse en la estación. Juntos
por fin para escapar. Cada uno nervioso a su manera. Cada quien siendo justo a
su manera. Cada uno dejando atrás los movimientos del estómago. Cada uno por el
otro descubriendo nuevos movimientos, un nuevo sudor y un respirar intenso. Sus
ojos brillaban como estrellas. Sus manos temblorosas ante la clandestinidad. La
piel de sus cuerpos deseando el uno al otro. La piel generando un tierno y
sucio afán.
Abordaron. Se sentaron juntos sin nada que
decir. Él imaginaba su cuerpo. Ella hacía su escape de la realidad. Ninguna
palabra dijeron. Sólo las sonrisas eran testigos. Sonrisas y suaves caricias. Y
ante eso aguardaban, aguardaban por su íntimo mirar de estrellas y por los
ventanales abiertos que secaban al viento el sudor de sus cuerpos.
Los esperaba un exótico parque de senderos.
Caminos de piedra, árboles, cielo azul y cálido mar. Compraron para sus gustos,
caminaron con sus mejillas coloradas. Felices por fin. Caminando hacia el
horizonte, hacia el destino de la música que los acompañaba. De la mano, solos,
sin querer soltar ese trozo de libertad.
Hicieron de sus cuerpos un mar de
comodidades y el fuego de sus ojos se fue con la luz que entraba por los
recovecos. Ya nada los detenía, ya nada los lastimaría. Ya nada más existía en
la fauna fértil de los que destinan su vida al fluir de los vientos. Ya feliz
fue el abrir de sus bocas y las palabras que escaparon queriendo calmar el
temblor del otro.
Feliz era la danza externa a su morada.
Aquella cómplice de la proliferación fructífera de sus palabras, de sus miedos
enfrentados y sus gemidos en sueños pronunciados. Entregados al oscuro
anonimato…