Ausencia

Hace poco mi padre contó que fue descortés con él como respuesta a la cizaña constante que recibió de su parte. Eso no lo sabía. Lo supe hace unas semanas, dieciséis años después. Me tiraba palos todo el rato- dijo mi papá. Decía que era lacho e irresponsable. Siempre le estaba recordando que lo había dejado abandonado con su mamá. Eso, aunque tan falso no era, le molestó. No estaba para reproches, supongo. Lo llevó al casino –dijo- pero no hubo empatía. No iba hacerse cargo de la rabia interna que ese joven aún trataba de entender. Y, por otro lado, el muchacho no iba guardarse nada. Frenaron rápido, chocaron, ni uno ni otro supo/quiso cómo hacerlo. Mi padre es así. Si algo lo incomoda, por mucha incidencia que él tenga, no es parte de su vida… y no hay nada más que hacer.
Mi papá conoció a Violeta –la madre de- en San Fernando, cerca de Santiago, hace como cincuenta años. Ella tenía una hija y vivían con el resto de la familia. Trabajando en el puerto la conoció. Ella era mayor, pero no tanto. Se enamoró de su carácter y de sus piernas. ¡Rica ella! –le escuché una vez- pero más pesá que la cresta. Llevaban como un año, pero el hermano aún era amigo de su ex, el padre de la niña. No había mala onda, pero un día en un carrete le quisieron pegar. Me hicieron una encerrona –dijo. Y cachó que ella no lo quería mucho. Se fue. Supo dos años después de Alejandro. Y por supuesto no le importó. 

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