Alexandra
I
Si se
trataba de Alexandra, la mayor, le importaba todo lo que ella escribía. No podía
perder oportunidad. La veía cuánto, ¿dos veces en el año? A veces una. Aceptó su
invitación. Quiso verla declamar, señalar al mundo su arte, su postura. Salió poeta,
poetisa –pensaba, e inflaba el pecho. La tal vez si la criaba eso no sucedería.
Se bajó del taxi una cuadra antes del café para llegar
caminando. Se echó un chicle a la boca. Estaba nervioso y orgulloso. No pretendía
ser la figura del lugar, pero era el padre de la artista, nada mal. Entró
relajado y notó que había un asiento reservado para él. Sonrió. Tomó asiento y
de inmediato un joven vestido de hiphopero le pasó un díptico de presentación.
Tomó vino. Leyó:
Sí,
lo sé. Soy una mimada que vivió de hija única. Una tarada que de niña se enojaba
mucho y que no sabe quién es ahora de grande. Lo sé. Fui una estúpida con mi
madre, siempre incomprendida, creyendo que ser persona significaba saberlo todo
y que ser hija implicaba cuestionar. Aun cuando por mucho se lo merecía. Y así
no era.
Fui
un monstruo hasta los veintiuno. Creo que eso terminó la noche que hablé con mi
madre para disculparme por todo lo que hice en estos años. Lo hice días después
del accidente, antes de que llegara la policía a interrogarme. Fue ahí que
levanté los ojos frente a ella. Mi pena fue infinita y mi rabia aún más. Al día
siguiente era una nueva vida.
Disculpas
le pedí. Y creo que ha sido esa la súplica más constante en mi vida. Muchas
veces he pensado que fui una mala persona: engreída, pesada y temerosa, hasta
el día que descubrí a mi madre. Y eso que estuvo siempre a mi lado. Luego de
escucharme y perdonarme, mi madre me permitió ser libre. O al menos alguien en vías
de liberación…
Hoy
es distinto. Hoy se trata de mi padre. En este momento él debe estar sentado en
este salón y leyendo este texto. Espero…
“Te saludo padre mío. No te amo, pero no te olvido. Siempre
te busqué en mis sueños. Tú eras uno de ellos. El sueño con mayores posibilidades
de morir seco en una roca. La vida creyó en mi fortaleza. Y los sueños
tardaron, pero aparecieron bajo el Sol”.
La verdad
no soy tan fuerte. Mi valor es la individualidad y nunca he superado mi miedo a
no ver dónde caigo, dónde floto o dónde me hundo. Me era simple sin mis padres alrededor.
Sola, pero segura. Algo extraña, muy loca, perseguida, enjuiciada, admirada,
siempre erguida, fresca, limpia y sonriente. Libre, buscando sentido a cada minúsculo
movimiento de mi cuerpo, pero en soledad… Y con un carácter potente.
Con
ellos –mis padres- mis miedos tenían ventanas y mis certezas deambulaban en las
piezas que ocupé. Incluso las paredes sabían de mi anhelada libertad. Cerraba los
ojos y ellos dormían lejos. Los odie, pero nunca los olvidé. Son lo que tengo. Lo
que hoy descubro. Lo que hoy debo yo hacer. Ahora que soy madre también.
Encantada de que sean ustedes parte
de esta velada…
Alexandra Nava
El díptico era precioso. Entre blanco y
violeta, bordes delgados, letras claras y precisas. Y, por supuesto, el título de
lanzamiento: ‘Otra Nueva Vida’.
Fue una noche imborrable. Una noche que le
dio sentido a su vida. No fue a la celebración. Después la vería cuando
estuviera más tranquila. Caminó.
II
Una vez, habiendo aprendido de legislación familiar,
caminaba por la playa acompañado de Alexandra y Martina. Fue cómplice de sus
vidas. Ellas –coludidas- dejaban fluir su superioridad numérica y sus
desplantes familiares contra la culposa soledad de su persona, sin olvidar ser hija
y nieta. Se reían porque estaba viejo, pero seguía siendo pendejo. Estaban contentas,
pero fueron objetivas. No le aguantarían una más.
Ellas se despidieron temprano en la mañana.
Por la tarde fue a caminar. Solo permanecía
entre el aire y solo acompañado del Sol y su reflejo en el mar. Caminó hablando
al cielo que está entre la realidad y su cerebro. Apuntaba la cabeza hacia el
Sol. Caminó añorando sabiduría, pidiendo cordura, voluntad y transformación. Buscó
entre ruegos el desahogo de su rabia y la reivindicación de su familia.
En su casa había puesto la
mesa para el té. Pero no volvió ese día. Nadie extrañó su desaparición. Se quedó
a dormir en la playa. No quería que alguien supiera qué estaba pensando. Solo él
y su inconciente sabían del esfuerzo que hacía por mantener el amor por ellas. Dibujó
unas letras en la arena: ‘fui libre sin olvidar que lo fui’. Sonreía.