Una visita
Sí, así se avanzaba cada día en esos días. Los días esos en los que
caminaba con el pecho abierto, no agujereado. Tenía intuición. Andaba conectado.
Se avanzaba concentrado, un día a la vez, violento, pero habituado. Crecía.
Un día, no muy lejos, dejó de ser
así. Fue una transición. Fue el paso hacia el trabajo después de la ‘u’. Todo
oscureció. O al menos yo me deprimí, marchité. Me vino esa crisis de la venta al sistema. No me vendí, pero me
arrendé. Fue terrible, pero necesario.
Un día ya había muerto. Muerto en
vida me refiero. No estaba. Habitada y hacía cosas diarias. Como que trabajaba
y como que vivía. No hacía nada. Mentía, me relacionaba, abandonaba. Conocí personas.
No recuerdo nada.
Así estuve en el limbo y la
miseria. Parecía artista, pero no creaba. Y si lo hacía, arte no era. Estaba como
de viaje. Esos viajes de carretera. Esos sin destino ni final que planificar. Me
quedé en piezas, hoteles y departamentos. Ninguno fue mi hogar.
Un día entonces hace poco golpeó
la puerta una visita. Sabía quién era, pero no a qué venía. Me habló de sí, de
penas y alegrías. Yo comencé a recordar. Ya había oído lo que decía. Entonces me
di cuenta. Había vuelto a esos días. No desaparecí, solo estuve congelado.
Hoy
en día visito tierras clásicas. Antiguas costas que me acompañan desde la primera
vez que me fui de casa. Siempre estuvieron conmigo esos espacios, esos días. Volví
buscando. Mucho no ha cambiado. Yo sí. Aún sin hogar, pero con una sonrisa.