Traslados

Iba de viaje. Necesitaba viajar. Alistaba maletas. Guardaba cosas, botaba otras, otras las rompía. Se iba. ¿Volvería? No lo sabía. ¿Querría volver? En ese momento, ¡jamás!
La vida es en serio, viajar es parte de la vida –pensaba. Eso le devolvió la sonrisa, iluminó su cara, irguió su espalda. Empuño la mano, miró hacia adelante y no volvió atrás.    
Todo empacado. Ordenó. Algo cambió. Salió. Dejó algo al cerrar la puerta. Fue al ascensor y subió a la azotea. No había nadie más. Fue a la orilla, al borde. La vista era hermosa. Puso el cuerpo frente al viento.
La luz del Sol entró por sus ojos…  
No saltó. Se despidió y prometió sonrisas. Fue al aeropuerto, subió al avión, lloró hasta que le ofrecieron un snack. El viaje iniciaba.

Día 1
Vale:
Esto es entre escapar o salvarse. Viajo en avión, pero voy como en carretera. Este es un viaje de carretera. Una road story. No es literal, obvio. Es actitudinal. Tengo heridas abiertas que tardan en secar, no tengo dónde ir, no tengo dónde llegar. Voy nada más, como pasa en una carretera.
Lloré lo necesario. No tengo más. Me sequé. La aeromoza me dio un snack y me sacó del borde. Se lo agradezco. Tal vez se lo diga al aterrizar. Fue la única que no miró feo. Me gustaría ver montañas o playas, las nubes me marean.
Huelo mal. Llevo ojeras. Parezco de diez años más. Tengo pelos donde no debería. Me bañé hace tres días. Tengo excusa. No he estado muy bien. Me he sentido mal. Mi vida es una mierda. Estoy completamente mal.
¿Fondo? No, creo que no. Y eso me aterra. Podría en este momento despedirme del mundo entero. Tuve mi oportunidad.
Voy a necesitar otro snack.

Día 3
Vale:
Este hotel es muy antiguo. Tiene más años que Chile. Es pequeño y se ve viejo. No está bien cuidado. Falta aseo creo yo. Pero sabes qué, hay una pared enorme que separa la piscina de las habitaciones. Y en esa pared, ocupándola completa, hay un grafiti espectacular que –la verdad- el resto del hotel no merece. En serio, la cagó. Es bellísimo. Es superior. Es como la tesis de un grafitero. Es estético, simétrico, dark. Es el grafiti con más víscera y corazón que he visto. En serio, en este hotel se está perdiendo, debería estar en un museo. Muestra una silueta de mujer y de fondo cuerpos masculinos como en una danza o una batalla. Todo eso sucede en la calle. Es muy urbano. Es como una pelea callejera.
Este espacio de la piscina es lo mejor. Tiene buena atmósfera, es un ambiente lúgubre. Tiene esa luz baja que me encanta, que me calma. Es una piscina, pero no de verano, ¿entiendes? La adornan luces bajo el agua y velas por los costados. Es como el patio de una casa en invierno. Es como si todo hubiese sido hecho entorno al grafiti. En este espacio del hotel como que siempre es atardecer. Me gusta, me dan ganas de leer. Me hace recordar. Es, además, el único lugar donde permiten fumar pitos. Todo el mundo viene acá al menos una vez. Creo, llevo dos días no más.  
Frente al grafiti hay un Dj tocando. Eso le da más onda. Esto pasa de piscina a paseo peatonal con boulevard incluido. El Dj es bueno. Mezcla, mueve perillas (knobs), se ‘tira’ a la tornamesa, toca, hace música, ¿cachai? No llega con un pendrive a hacer ‘clic’ y mover el volumen no más. No, éste es ‘the real’. Es bueno el huevón. Parece en trance, como perdido. Algunos hasta lo aplauden, pero él está solo. Se viste bien. Mezcla su vida, se nota. Tiene detalles. Es un ser urbano, sin duda. Parece ‘british’, pero con pena. Es como Damon Albarn, pero gastado y sin tantas lucas. Mira el grafiti. No hace otra cosa aparte de tocar. Tiene un Jack Daniel’s casi vacío y va cada diez minutos al baño. Mal.
¿Por qué siempre un bueno tiene que estar pa la cagá? ¿Acaso es un requisito para tener talento?

Día 4
Vale:
No te imaginas. Esto es entre cahuín y notición. Es novela pura. Y yo creía que estaba mal, que mi vida era una mierda. No, no, no. Soy un padawan de ‘border’ al lado de esta historia. Pero es que la cagó. Ahora todo tiene más sentido.
Te cuento.
Se me acercó una pareja de árabes occidentalizados. Estupenda ella y el tipo un burgués más como sacado de la Zofri. Muy buen onda ambos. Me preguntaron si había llegado aquí por la historia de amor. Yo los miré fijo y dije que no. Y que, obvio, tenían toda mi atención a partir de ese momento. Tengo tiempo, plata y marihuana –agregué. Se cagaron de la risa. Después se pusieron serios.
Chucha, no es fácil…
Resulta que el Dj de la piscina es (fue) el esposo de la grafitera. Sí, la que hizo el grafiti hermoso de la piscina. La misma. Ella y él fueron marido y mujer por siete años. Se amaron hasta el choque de los huesos (que flaite). Eran el uno para el otro. No hubo amor más grande en este lugar. En serio, el árabe dice que ella era entre maya, ángel y elfo. Que era tierna como un dibujo animado. Y él un guerrero respetado y elegante. Me mostraron unas fotos. Se veían felices. Brillaban.
El Dj es brasuca, pero de chico de fue con su familia a San Francisco. Ahí se conocieron. En la escuela de artes. Él estudiaba música y ella pintura. Fue amor total. Una supernova. Nunca más se separaron. Ambos terminaron su carrera con éxito. El sistema estaba para ellos, pero decidieron por la vía alternativa. Ni intelectualidad ni poperías (ni docto ni pop ¡Yeah!), ellos escogieron la urbe, la vida real. Él se hizo Dj y ella empezó a grafitear. Les fue bien al tiro. El under de San Francisco los conoció. Montaron una productora. Tuvieron éxito. Comenzaron a llegar los falsos amigos y las drogas. Decidieron viajar a sudamérica.
Ella era mexicana, hija de exiliados chilenos. Su papá pasó a la clandestinidad cuando tenía seis años. Nunca más lo vio. Lo odió –me imagino. Se fueron con su mamá y su hermano a México, al DF. Conoció el hip-hop y el ‘orgullo mexica’. Se rebeló. Se hizo breaker, hacía comics y grafitis. Se fue a California a los quince con un par de amigas. Se hizo ‘chicana’. Entró a estudiar artes en San Francisco a los diecisiete. Cuando aprobó el primer año le envió un mail a su mamá para contarle dónde estaba.
Como te decía, cuando el éxito pintó mal, se fueron, pero antes pasaron a Las Vegas a casarse ‘express’. Luego se fueron a México y después a Brasil. Ahí se quedaron un tiempo con unos primos del Dj. Después fueron a Argentina, vivieron en Chile y después se vinieron aquí a Perú. Este hotel es-era de ellos dos. Decidieron vivir acá. Compraron un hotel viejo y estaban arreglándolo. Habían partido por el sector de la piscina.
El árabe dijo que si yo venía mal, este lugar era el mejor. Yo me quedé pensando…
Y ellos –los árabes- ¿por qué estarán acá? ¿Y por qué su mujer nunca habla?

Día 7
Vale:
¿Me extrañabas?
No te preocupes. Obvio que escribiré el final de la historia. Nunca tanta maldad. Disculpa, pero es que necesité un par de días para absorber la pena. La de ellos y la mía. Aproveché de ir a la playa. Buenas olas por acá.
Ya pu. Te cuento.
El hotel comenzó a tener éxito. Llegaban más pasajeros y los chicos –ella y él- reinvirtieron en el hotel para fortalecer el concepto. Talentosos cien por ciento. Ahora entiendo por qué el aspecto de la piscina. Estaban convirtiendo el hotel en un hogar para desarraigados y perdidos. Funciona, créeme. Pusieron música en vivo y, para tocar, había que pasar por una audición (o un casting). Ellos decidían. Él mezclaba y tocaba todos los días. Durante las mañanas ella impartía talleres de pintura a los pasajeros y a algunos niños del sector. Venían también los hijos del barman y el cocinero. Eran totales creo yo, ¿o no?
El lugar tomó fama. Hicieron muestras de arte en el hotel e intervenciones en la calle. Vinieron músicos de Chile y Argentina. Cada día llegó más gente y empezaron a armarse sendos carretes los fines de semana. Ellos estaban contentos. Era harta pega, pero estaban bien, juntos y lejos de sus familias. Por fin tenían ellos un hogar.
Fueron días de gloria….
Un viernes oscuro y frío se armó el carrete de costumbre. Estaban tocando unos metaleros locales y llegaron unos groupies medio neonazis. Neonazis en Perú dear, tal cual, ‘morenazis’. No hubo problema (¿viva la diversidad?), pero un nazi tuvo drama con un surfer local. Obvio, por la mina de éste, una rubia. Eso bastó. El surfer no compró y se le tiró encima. Quedo la cagá. La pelea fue gigantesca. Surfers y nazis dieron todo de sí. Combos y patadas y técnicas marciales. Comenzaron adentro y se fueron peleando hasta afuera del hotel. Los chicos –los dueños- fueron a parar la pelea. Intervinieron.  
En la confusión uno de los neonazis le pegó a ella, la grafitera (que a todo esto se llamaba Paz y él –el Dj- Darío), y le gritó ‘muérete india de mierda’. Darío no soportó y se fue encima del nazi. Luchó como nunca antes. Una furia interna se adueñó de él como un dragón. Un guerrero, sin duda. Sus golpes eran letales. Le estaba sacando la chucha, pero se metió el resto de neonazis. El árabe dijo que ahí la pelea se puso descomunal. Ellos –el árabe y su mujer- estaban ahí viendo todo. Atinaron a llamar a la policía. Comenzaron a lanzarse botellas. Los policías llegaron disparando al aire. Caos. Violencia. Todos se dispersaron. Arrestaron a un par de surfers y neonazis. Darío tuvo que ser llevado a urgencias. A Paz la internaron. Tuvo hemorragias internas. Estaba embarazada. Ellos no tenían idea.
Después de esa noche el hotel estuvo clausurado dos semanas. La historia se hizo conocida. Tuvieron que pagar multas por permisos y boletas. Los neonazis fueron a la cárcel, los surfers ayudaron a arreglar el hotel. Pero Paz no mejoró. Obvio, perdió su guagua. Tuvo algunas fracturas. Después estaba todos los días enferma. Se deprimió y comenzó a sufrir dolores estomacales. Darío la cuidaba y trabajaba. Paz quiso pintar la pared de la piscina. No hacía nada más. Con el tiempo marchitó. No mejoró. Murió días después de terminado el grafiti.
El médico dijo que no pudo recuperarse de la golpiza y la pérdida. Darío pensó que tal vez no quiso.
Él árabe dice que han pasado cerca de cuatro meses.  
Darío ha tocado todos estos días. Lo he visto. Asumo que son sus –oscuramente- mejores mezclas. No he hablado con él. No puedo. Que desubicado. Nica. Me desborda la pena. Darío ni siquiera mira. No ve a nadie.
Este hotel, ‘La urbe opcional’, (ese es su nombre) me es ahora muy extraño…

Día 12
Vale:
Sorry la tardanza. Me fui del hotel, pero no de Lima. Aún no sé qué estoy haciendo acá. Pero sigo de viaje. No tengo fecha de regreso.
He visto atardeceres, ‘sunsetazos’. Cielos bellos como el fuego. Tengo un erizo en la rodilla, me duele. Entonces sigo vivo…  

Movía las manos con el orgullo de teclear. Doce días de viaje podían servir para un balance, una evaluación. ¿Qué es eso? ¿Un ataque de racionalidad?
No hubo resultados. Obvio. Ha estado viajando. Ha estado mirando. Ha estado viendo detrás de ventanas de vidrio. Ha estado observando el horizonte esperando que algo suceda. Sus ojos brillan. Pero nada nuevo hay en eso. No hay nada que evaluar. Ha visto personas que caminan y cruzan calles. Ha visto bellos atardeceres. No conoce a nadie.
Nada nuevo. Todo de nuevo, es mejor decir. El ciclo en una cuerda que suena. La dimensión que vuelve a lo fundamental. La vida en espiral como el pulso o las huellas de las mareas.
Algo se prendió en su mente. Miró fijo. En el centro de sus ojos se concentró solo en una pequeña parte del tiempo que parece detenida. Fuera mar, cielo, desierto o montaña, hay algo que no varía: Nunca ha dejado de observar el horizonte esperando que algo suceda. Cuando eso pasa surge una mezcla de amor, pena, rabia, alegría.
Ha aprendido algo.
Por eso las personas viajan –piensa. Por eso son creativas también… 

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