Libros

Los libros, como me dijo mi amigo Jay, se coleccionan como los discos. Jay tenía muchos libros. Todos en Encino tenían libros. En mi colegio se leía mucho. El viaje semanal a la biblioteca era rito. A veces nos llevaba mi madre en su station wagon. A veces íbamos en la station wagon de los vecinos (...) Todos mis amigos vivían en mi cuadra y todos íbamos a la misma biblioteca pública (...)
Quería ser cool. Quería leer. Quería tener libros que tuvieran mi nombre en la primera página (...)
¿Cuál es mi libro favorito? No lo sé. Sí sé cuál es el que más odio. El último grumete de la Baquedano de Francisco Coloane. Yo venía llegando a Chile y me lo hicieron leer. Lectura obligatoria. Lo leí con ayuda de mi abuelo. Me lo leía en voz alta y me lo iba traduciendo. No entendí nada. En el colegio, después, me hicieron una prueba. Saqué la peor nota del curso. Fue algo intensamente humillante.
Pensé: qué país tan raro, eso de que te obliguen a leer. Qué idioma tan raro. Qué gente tan rara.
Un compañero, bueno para el fútbol, me dijo: puta, qué lata leer.
Ahí capté: acá leer no era cool. Y yo, claro, quería ser cool.
Por suerte, duró poco. 
Tránsitos
Una cartografía literaria
2013, pp. 24 - 25,
Alberto Fuguet

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