Sustancia
Esta es mi letra ahora. Esta es mi vida. No dejo de pensar
que es una mierda, pero no tengo otra. La ilusión de una muerte voluntaria se
asoma en imágenes que pretenden sentir algo. Sí, parece alternativa. Pero no
soy capaz. Y si lo soy, no tengo los medios para hacerlo. Mi suicidio, claro
está, lo hará la oportunidad. No creo que lo busque. Obvio que lo pienso. Veo
que no tendría demasiadas consecuencias. Algunas personas sufrirían, sí, pero
objetivamente pocas. Y mi influencia material en ellos no es para nada real.
Soy más bien alguien que quieren, que pueden querer, que puede que quieran. Soy
lo que tienen, en definitiva. Aquello que les tocó. Nada menos, nada más.
¿Me quiero? No sé. Tampoco me odio. No me encuentro, eso es
lo que pasa. Nunca lo he hecho. Y nunca he estado en un lugar mío. Lo que tengo
ha sido de obligada relatividad, solo porque el tiempo pasa y así es la vida. Yo he ido haciendo cosas,
yendo a lugares, durmiendo y comiendo en espacios, conociendo personas. Lo que
he construido –casi nada- responde a ese azar. No he tenido objetivos, no los
tengo. En algún momento me enorgullecí de no tenerlos. Hoy no sé qué siento con
eso. A veces me alegra ser. A veces me alegra ser alguien. Tengo una pizca
altiva de ego que aparece en ocasiones contadas. Antes ese ego se presentaba
más.
¿Antes? ¿Antes cuándo? Casi todo ha sido igual.
Me refugio en no pensar. Tengo ideas que no son reales. Que
no han podido serlo. Que no las he hecho. Que no puedo hacerlas. Mucho en mi
vida he dejado sin hacer. Pocas veces quizás hice lo primero que pensé. Y
extraño la seguridad de una sonrisa tranquila. Una sonrisa real. Un respiro profundo
en una calle vacía que conecte la alegría con algo de sentido en la vida. Tal
vez solo una alegría por respirar. Por sentir viento en la cara. Como a veces pasa
con el agua.
Pasa que tengo muy poco y aquello que es poco es, además,
inseguro, inestable, precario, básico, fundamental. Se supone que de ahí para
adelante, se supone. Pero he visto días y años pasar sin una seña gloriosa que
indique dónde está esa puerta con la
que algunos dan. Incluso algunos la plasman en arte. Puede que incluso algunas
de esas obras siquiera fuesen realidad. Puede que muera buscando. Lo cierto es
que no soy nada. No sé bien quién soy, por qué hago las rutinas y roles que
tengo, por qué me identifico con actividades en la vida. Por qué voy a lugares
y eventos.
Estoy aburrido, creo. No me gustó. Quiero irme de este lugar…
O me meto al cilindro de la tormenta. Necesito también esa
tormenta.
Tengo una extraña esperanza amparada en una, a veces
patética, creencia cósmica que mezcla algo de religión occidental católica (por
la escuela y mi madre), tzolkin maya, psicodelia, introspección, viaje astral,
glándula pineal, chakras y tercer ojo, latinoamericanismo, chakana, polivalencia, tawantinsuyo, ciencia, filosofía, multifactorialismo, relativismo, complejidad y
trascendencia universal. Todo esto de lo cual, por supuesto, no estoy por completo
seguro. Lo cierto es que en mi cabeza se prende una luz en un lugar donde está
situada –científicamente al parecer- la glándula pineal, eso provoca una
conexión invisible al ojo humano entre esa luz interna y el Sol (la divinidad
única y original), lo que viaja por el espacio conectando el cuerpo –cerebro y
corazón- al universo. Una vez hecha la conexión, el cuerpo entero genera una
vibración y energía que se adhiere a la conexión inicial haciendo que, por
último, ambas mitades del cerebro comiencen a brillar en tanto toman sentido
las cosas. Las mías y las del cosmos. Y de las del cosmos con las mías. Algo
así.
Una vez hecho lo anterior –que en rigor me pasa antes de
dormir, cuando entro al mar, cuando salgo, cuando miro el Sol, cuando miro el
atardecer y la puesta de Sol, cuando miro estrellas de noche y, en menor grado,
cuando siento viento en la cara- siento que he realizado algo así como una
oración. Y he ahí que aparece el catolicismo que me carga. Al menos algunos de
sus conceptos. Pero qué puedo hacer, ¿qué pude hacer? A uno lo educan de chico y
en ese proceso a uno no le preguntan nada.
Así entonces, la conexión química y magnética natural que
debe existir entre el Sol y todo lo que hay en la tierra, incluidos nosotros
–incluido yo- y que me tiene proyectando mis sueños a esa misma estrella
gigante, se manifiesta en mí de esta manera:
como un ruego-súplica-petición entre místico y religioso que se aferra a cierta
dosis de objetividad. Y en ocasiones estoy seguro de esa manera y, en otras, no estoy seguro de que pueda ser real.
Pero de que es visceral y conmovedora, lo es. O sea, pasa. Tal
vez algunos le llamen fe. Otros, conexión. Como sea, yo entrené (entreno) para
ello.
Asumo que, en tanto
humano de la tierra, siento que pertenezco a esto que me rodea. Y asumo que, en
tanto humano urbano-occidental miembro de una nación, esto que me rodea ha sido
toda una mentira de mierda.