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Febrero 02 de 1992, San Pedro, 5ta Región

Hubo, como tantos otros, un día en que salió de un bar. Un espacio atestado de sudor, humo y desazón. Solo, solo en su noche, solo en su vida, solo caminando luego de haber bebido solo o tal vez acompañado. Pero ahí estaba detenido en calles inhabitadas. Observando con nostalgia, pena y rabia, los horrendos colores de la ciudad.
Sintió que era como la basura de las esquinas. Como el hedor pestilente del meado de perros, gatos y humanos. Se transformó en vereda, en hollín de pared, en ojeras. Miró por última vez al piso. No respiró más. Apretó en su mano una hoja de papel:

Me da miedo escribir todo y hasta las últimas consecuencias. Un amigo me dijo que debía hacer eso si quería ser escritor. ¿Quiero?
¿Y qué puedo decir de la vida? Es una mierda. A veces es bonita.
¿Cómo voy escribir todo? ¿Todo? ¿Qué hago con el pudor, los complejos, la vergüenza? ¿O con la rabia, la maldad, la culpa? ¿O con cualquier evento o pensamiento que haya existido y se haya bloqueado?
Lo sé. Si da miedo, está bien. Si duele, mejor. Si no proviene de lo peor y más oscuro, mejor no. Qué puedo hacer. No es simple. Mi voluntad no es tan fuerte. Mi rango de acción no tan amplio. Hay cierta complicidad de entorno y, obvio, mis decisiones. La cosa es que no puedo, no ahora, no acá. Me abriga la aprensión cuando pienso en revelar una vida entera.
Destroza recordar…

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