Ride (2014)

Helen Hunt

Hay un momento en la vida en que las madres creen que ser dueñas de sus hijos. Imponen su forma de ser. Han planificado sin preguntar, han construido sin esperar a saber qué deseos se forjan en esa otra vida. Hay un momento en la vida donde un hijo se harta de ser dirigido, de ser orientado, acomodado. Hay un momento en que tanto control y tanta personalidad maternal aterran, molestan y sucumben. Más que unir, separa. Más que cuidar, hieren. Más que querer, obligan, demandan, lo hacen mal.
Jackie (Helen Hunt) es una abnegada madre inteligente y capaz. Ha logrado equiparar su trabajo de escritora con una maternidad sólida y disciplinada. Lleva una relación directa y unida con su hijo Angelo (Brenton Thwaites), a quien ha criado para ser también un escritor. Son amigos, cómplices, pareja. Una relación de códigos específicos y formas de interacción tan profundas y tenebrosas que solo una madre soltera y su hijo pueden lograr.
Jackie es separada y vive en New York. El padre de Angelo, Tim (Callum Keith Rennie), personaje que nunca termina por desarrollarse, vive en California. Su vida gira en torno al mar, el Sol, las olas. Su mundo se reduce a ser feliz, tal vez a no pensar, tal vez a no complejizar la vida de otras personas. Tim vive algo más simple junto a su otra familia. Jackie es toda distinta. Ella es resuelta, determinada, tiene todo bajo control y nada es azaroso. Planifica, crea, construye y elabora. La vida es ocuparse, hacer algo, hablar por celular, trabajar. La vida es no tener tiempo para detenerse a contemplar.
Angelo va una temporada con su padre, conoce las olas y el surf, la costa oeste, cierto relajo, vivir sin presión. Cuestiona ser escritor y cuestiona la relación con su madre. Jackie cree perderlo todo, se derrumba su control, su mundo es golpeado. Angelo tiene en su madre orgullo y satisfacción. Suerte que la tuvo. Pero conforme crece, algo lo incomoda. Algo de esa inteligencia materna nunca incapaz, comienza a molestar. Si Angelo ha de revelarse, ha der ser así. Pero lo hará en los términos que ella construyó: con respeto, inteligencia, buenas palabras y decisión. Suerte que la tuvo, que luego la odió un tanto, pero que nunca la perdió.
Cuando alguien se olvida de su propia vida, tiende a molestar a los demás. Más aún a quienes más cerca tiene. Sí, Jackie cae mal, hay que decirlo. Tan claro que tiene todo. Tan fácil que le es hacer y deshacer. Es el modelo de mujer actual, absorbente, guapa, segura. Pero la Hunt, como es tan buena actriz, lo hace igual de creíble cuando comienza su viaje, el descubrimiento de sí misma, su transformación: enamorarse, surfear, caer en el mar y en la vida, revolcarse y sufrir, fumar marihuana, dejar ir a su hijo, aceptar, equivocarse, vivir. Jackie lo asume, lo acepta. Se enoja, pero es justa. Y lo mejor: se da cuenta y cambia. Es despedida de la editorial, cambia de costa, de casa, de hogar. Ahora, algo más inestable, inicia otro más de sus capítulos. Una especie de apartado cenit de su vida. Aquel donde vuelve a ser libre, donde rejuvenece, donde opta caer. Angelo está bien. Es un hombre. Su educación se manifiesta, el trabajo de Jackie no fue en vano, él decide volver a New York y ser un escritor. Los ciclos son ciertos, certeros en su caos, la vida se abre y se cierra como los respiros, como los pulsos, las cuerdas.
Ahora, por otra parte, Ride es mala, es liviana, es de domingo o de viaje en bus. Es como una novela para leerla en el aeropuerto, esas que te toman algunas horas, a lo sumo un día o dos. Un libro chico que compras cuando puso haber sido un recetario, un comics o una National Geographic, da igual. Algo como para cooperar con el trabajo y la trayectoria de la Hunt, lo merece, pero muy lejos de ser una gran obra. Parece un atrevimiento. Deja ese sabor. Como un ciclo más en la vida de la artista. Está bien. Pasa. Asumo que funciona. Si una madre ve la película, algo va pasar en ella. Si la ve un hijo, puede que también. 

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