Hombre Irracional (2015)

Woody Allen

Todo hombre que piense debe cuidarse de una crisis existencial pasados los cuarenta, antes o después. Más aún si los umbrales de este hombre lo sacan de la oficial normalidad de una sociedad como la occidental, tan buena para juzgar. Admiro a Abe (Joaquin Phoenix) -de paso también a Woddy Allen- porque en definitiva hurga en sí mismo para salir por completo de todo dogma moral, filosófico y social, para no ser gobernado en lo más mínimo por las reglas de la norma judicial y el contrato constitucional. Sin embargo, olvida su condición de humano, un ser eminentemente social.
Abe es un profesor de filosofía connotado y de cierto prestigio, quien ha podido impactar con sus rupturistas reflexiones a sus propios colegas. Pero atraviesa una crisis por la muerte de su mejor amigo y por su estado de soledad constante sumado a creciente madurez que su cuerpo acumula. Se ve terrible, sucio, y descuidado. Lo suyo es solo pensar. Abe tiene mala fama de galán y seductor de alumnas, es alcohólico, además. 
Abe no repara en nada. Parece nada importarle, solo su estado individual. Su presente es un estado de marchitez evidente, de impotencia y desgano, de falta de pasión, de amor por la vida, por el deseo, por el sentido de vivir haciendo algo más que solo respirar. Y en ese contexto, es contratado -habiendo sido solicitado- por una prestigiosa universidad: una nueva facultad, otro departamento de filosofía, colegas, alumnos, alumnas, conocimientos que despotricar. Abe se caracteriza por su crítica y su ironía, casi una displicente desfachatez con cualquier certeza social. 
Abe triunfa sin quererlo. No busca vida, busca partir de acá. No quiere atención, pero la tiene. No quiere ser admirado, pero lo es. Extraña la amistad que ha perdido, casi lo único que llenaba su substancia. Abe sufre y de paso no logra significado. No tiene sentido. Quiera tal vez tenerlo, pero una cuerda se ha roto en su andar. Ha construido durante años un puente al otro mundo, pero nunca consciente de en realidad pasar más allá. Es un tonto. Buscó demencia y ahora no sabe cómo sostenerla. Es intuitivo, planifica su locura conforme se sacude el capitalismo, la ética y la credibilidad. Conforme su corazón late y se excita. Muchas de sus posturas y perspectivas son ciertas, objetivas, pero sacadas de la convivencia social. Asusta, repugna, afrenta la decencia, la integridad. Abe, por supuesto, se enamora. 
Jill (Emma Stone), una aventajada estudiante de futuro ideal y buena familia, no opone resistencia. Sucumbe y encara la figura resentida del genio de la epistemología, el nuevo intelectual rebelde de la facultad. El hombre que bebe en los pastos y jardines sin culpa. Abe presiente un último disparate, una manía. No puede evitar llenar su corazón con la blanca piel que cobija tanta inteligencia y tan amplia sonrisa. Jill es segura, insistente y hermosa. Ella y otro evento en particular desatan la tormenta de las mareas que se avecinan. He ahí evidente la demente cabeza del director de esta película. La muerte entretiene y devasta. Asombra y da risa. Con una liviandad tremenda, Allen hace una gran sátira del egocentrismo, la vanidad y la exótica vida de quienes tienen tiempo para pensar, sentir, estudiar. 
Hombre irracional es divertida y sórdida. Es una novela de humor negro. O una novela negra. Una historia donde el azar juega a favor de la cordura y la nobleza, del buen acto y la ciudadanía. Donde persiste el espíritu y la fortaleza emocional por sobre la siempre creativa soledad del alma. No da paso a que triunfe la maldad justificada o la posibilidad de huir de la justicia. Es rápida, dinámica y, a ratos, pretende ser filosófica, pero sin lograr nada especial. El tema se repite, un hombre, su ego, una estudiante, su amor. El peso de la institucionalidad por sobre las personas. La forma como los roles se apoderan de la naturaleza química y emocional, de la espantosa y brillante genialidad de algunas personas.

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