Sobre un punto

De qué hablo, de qué pienso, qué quiero hacer cuando hago. Siempre perdiendo el tiempo por sentir todo aquello que no he logrado.
Hablo sobre una dualidad eterna, en devenir, dialéctica como el agua, real como el tiempo. Una forma de comprender la propia vida, el propio cuerpo, la propia verdad. Una forma de escape –tal vez- que ha permanecido a un costado del respiro. Entre los padres, los espacios caseros y las actividades de la sociedad.
Uno –yo- en esto –una organización- nace bajo anomia, presión o encierro. Basta con el colegio y un par de recorridos callejeros.
¿Cuántos de acá jamás hemos sido? ¿O solo es que yo no he sabido hablar?
Sobre un punto en discordancia quiero hablar, una actitud disconforme, nunca quieta, nunca relajada. Una sensación de incomodidad constante que se alimenta de cosas para argumentar su existencia. De paso hace mal a veces, en otras entretiene, puede que me lleve al más allá. No tengo idea. La percepción es de inseguridad. El contexto un complejo. La vida hostil y nula la voluntad. La vida es bella, pero no estoy seguro por qué tanta adversidad.
Hago cosas. Me dirijo a lo que no incomoda o donde puedo al menos descansar. Me retiro, salgo, huyo, me fugo o escapo. Pero a veces me quedo por un tiempo, mas lo mío es cambiar. Un deseo es tener hasta el último día una esperanza de libertad y felicidad. Bajo compañía ojalá.
A veces hasta prendo una luz de comunicación solar. Y me aferro a la veracidad de su cometido. A la objetividad de cumplimiento de aquello que jamás podrás tocar. Fe le han llamado. Como sea, es lo mismo que hace crecer las plantas y a las mismas personas. La búsqueda de un Sol que cobije el rostro y descongele las rabias. La súplica a la superioridad natural, esa supra-existencia que tiene miles de colores, formas e historia, que hace que cierres los ojos, que entregues una proyección de vida a una alegre verdad, sin saber cuándo se cumpla o si en rigor es real.

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