Desde arriba


A ella le gustaba que le metieran el dedo en el culo, le gustaba más incluso que por la vagina. Había un placer honesto en ella cada vez que la tocaba por ahí. Lo pedía, decía que le gustaba y que no sabía por qué. Cada vez que le entraba el dedo miraba al cielo, cerraba los ojos y entre gemidos exponía su culpa. Se sentía descontrolada, avergonzada, pero no tenía problema en decirlo todo a la cara.
Mirando esos ojos fijos, él no podía más de excitación. Le daba placer que ella tuviera esa confianza. Quería explicarle que no era algo malo ni sucio, que él no lo sentía así, pero no había necesidad, ambos disfrutaban. Se abrazaban, besaban, cruzaban las piernas. Mientras él movía su dedo ella le tocaba el pene. Metían harta bulla, tuvieron problemas con varias personas en esa plaza. Una pasión como esa necesitaba privacidad.
Fueron meses de amplio sexo equilibrado. Se tocaban mucho, ambos, mucho rato, antes de sacarse la ropa. Luego se daban sexo oral de forma suave y lenta. Ella sobre él, él sobre ella, ambos de costado. La exploración era rigurosa. El dedo de cada quien iba al culo del otro mientras se olían y pasaban la lengua. Después hacían el amor por la vagina hasta que alguno de los dos acabara. Esperaban un rato y hacían el amor por el culo. El ciclo podía repetirse, en una noche sin peleas, unas tres veces.

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