Días de trabajo

Suena patéticamente perdedor todo lo que tengo de decir y aún así merece un lugar en la historia. Parte de ello me divierte, lo asumo, pero no me enorgullece, solo me gusta. No tengo nada más que contar, por lo demás.

Todo parte en los deseos de negar la vida social, sus relaciones, sus personas. Así también en la insuficiencia personal, la falta de cultura, moral o educación. Es parte de todo defecto o ausencia que determina el nivel de desintegración que pueda tener una persona, al menos en este modelo de vida que me circunda. Al menos yo en este modelo de vida que nos circunda.

En este territorio, aunque no se diga, la mayoría asume que fracasar en pareja es justamente eso, fracasar. Y que la vida en soledad puede llegar a destruirte. Puede que algo de eso exista. Pero más allá de lo negativo, el fracaso, si existe en realidad, es decir, si es un hecho objetivo, entonces carece de cualidad moral, más aún carece de dualidad. Hacer vida en pareja es una forma hermosa y una forma más. Hoy en día, ¿quién puede estar solo? Al parecer todos. Al parecer yo, en mi vacío, identifico también a otros.

Bueno…

Los días de trabajo transcurrieron paralelo a la enfermedad de Francisca. Ella estaba en otra región, al sur, viajando para visitar colegios, pero en el penúltimo día su cara estalló por una alergia. Se hinchó el rostro y parte de su cuerpo. Fue temprano a urgencias, luego a la clínica, la estabilizaron y le dieron algunas indicaciones. Se había intoxicado, pero en ese momento no sabía.

Yo tampoco sabía de la intoxicación. Sí sabía que estaba enferma, lo del hospital, que no fue trabajar, que la cuidó una amiga y todo lo demás que le había pasado en ese puto día. Tuve que salir de la región también, al norte, a trabajar a un pueblo en el interior. Fuimos con el equipo de los cabildos comunales. Cada visita de esas termina con una buena celebración. Esta no fue la excepción.

Borracho no estaba, tampoco completamente sano. Había bebido y fumado. Todos ahí la estábamos pasando genial. Claro, menos una pareja de jóvenes que encontraron nada que ver que tomarse unos vinos y bajáramos del bus a mear y fumar pitos. Pero bueno, pasa. Según yo la pega estuvo bien hecha, por tanto no había nada que reclamar. Había que relajarse.

Hablando de carencias a destacar…

Ella, una mujer del equipo que se llevaba todas las miradas, tuvo la gentil idea de hablar con esta pareja y ser buena onda. Calmó las cosas, hizo que entendieran y nos permitió seguir hueviando con tranquilidad. Fue donde el chofer, le metió conversa y cambió la música. Se hizo amiga, nos hizo reír, se portó genial. Nos reímos harto juntos y nos gusta trabajar. Confío en ella como profesional y ella valida mi pega. Tiene algo en la piel que es difícil dejar pasar.

Sentí sus muslos alojarse en mis piernas, suaves pero firmes. De pronto estábamos sentados en el mismo asiento, arrodillados semi-doblados mirando hacia atrás conversando con los demás, bien juntos y pegados de la cintura para abajo. Me preguntó su podía estar ahí y le dije que sí. Me preguntó por qué sí y yo le dije porque sí. Ella dijo que era una buena respuesta. Sentí su olor. Después de eso no nos separamos más.

Estuvimos conversando y carreteando juntos. Queríamos estar solos, pero estábamos con todos. Nadie se conocía mucho, éramos un equipo y estábamos trabajando. Pero en el grupo había un amigo de Francisca. Todo mal con eso, todo mal. Yo también lo conocía, pero el huevón se iba incomodar igual. Tal vez hasta me reclamaría. Qué le iba decir, era su amiga. Y ahí estaba yo al lado suyo teniendo onda con otra mujer, hermosa por lo demás. A esas alturas ya había besado su mejilla y su cuello. A ella le había gustado.

Lo que es la falta de voluntad, el alcohol, la mala educación, la maldad, la calentura, el carrete, el deseo o la química entre dos personas. Yo no pude evitar nada. Quería en realidad que todo llegara a pasar. Solo había un problema, el amigo de Francisca. Tenía dos opciones: o él no veía nada y no se enteraba, o a mí me daba igual. Me dio igual.

En ese momento decidí terminar mi relación. La oportunidad hace al ladrón y yo estaba robando. No avisé (como Francisca me pidió una vez), ya lo estaba haciendo. Pero entonces se lo iba contar. Esa es la única dosis de respeto que tuve en ese momento. Eso y nada más. Digan lo que quieran, es la verdad. Ella estaba enferma, había tenido un día de mierda, habíamos hablado en la tarde, estábamos planeando un viaje con unos de sus amigos, pero a mi me dio igual. En ese momento, dado que la iba engañar, decidí que terminaría con ella. La mejor excusa para cualquier cosa que llegara a pasar.

Hablando de moral, una moral de mierda, una moral más, una moral ajena a emociones sociales y valor individual…

Llegando a la ciudad debimos hacer hora antes de tomar el próximo bus a casa. Decidimos ir por más vino, comer algo y comprar más marihuana. Por suerte los chicos sanos ya se habían retirado. No quedaba nadie fome, rancio o pacato. Hablando con ella le mencioné mi admiración por lo que había hecho, por lo buena persona que fue con esos dos que estaban amargados, que no se enojó, que más bien fue y les habló. Más encima ellos querían ser escuchados. Ella dijo que fue lo mejor, que lo hizo en serio, que ella es así y que siempre le ha gustado escuchar a las personas. Dijo que todos queríamos ser escuchados, que por eso había escogido su profesión, que lo único que queda entre las personas es la relación y la comunicación, lo que hablaron y cómo movieron sus cuerpos.

Debimos caminar al terminal de buses. Quedamos de llevar más vino y agua, chocolate y un popcorn para picar. Ella y yo nos ofrecimos a comprar todo, los demás nos podían esperar. Fuimos a la botillería más cercana, pero era una fuente de soda. Tuvimos que caminar más allá. Compramos todo, nos reímos de los locatarios, nos fuimos del lugar y en el camino nos besamos. Fue un beso y un abrazo. Y el abrazo es difícil de olvidar. Caminamos de la mano y antes de llegar donde los demás nos soltamos. ¡Ah! Ella estaba de cumpleaños. Estaba celebrando. Había trabajado, conocido, fotografiado, comido, tomado, fumado y ahora, además, estaba atinando.

Subimos al bus. Me hubiese encantado ir con ella en el mismo asiento. Pero no había que ser explícitos, sabía que al menos nos enviaríamos whatsapp. Nos fuimos todos juntos. Yo quedé en un asiento solo. Ella se fue con una amiga.

Se paró a buscar unas mantas. Le dio frío, con una no bastaba. Buscó en el primer piso y no había, subió entonces al segundo y vio que no había nadie más. Solo dos asientos ocupados, nada más. Algo se prendió en su cabeza y en su cuerpo. Volvió a su asiento y al pasar por mi lado me contó la novedad. Yo también prendí mi cerebro, me solté las zapatillas, me eché para atrás y me relajé un rato. Pusieron una película y yo me levanté al baño. Fui, meé, me lavé las manos y subí al segundo piso. En serio que no había nadie. Me gustó la vista desde los primeros asientos. Cielo oscuro, la carretera y luces intermitentes. Me senté ahí y esperé que llegara. Ella me vio salir, tenía que llegar.

Llegó…

En medio de una oscuridad que se movía entre asfalto y corazones ardiendo, dedos y lenguas se metieron en zonas cálidas y desconocidas. Hubo sexo, mucho cariño, abrazos y besos. Hubo explícito un orgasmo genial y sonrisas de felicidad y agradecimiento. Hubo, por otro lado, un engaño serio. Una traición conciente y validada. Un par de preguntas por la culpa que no tuvieron respuesta. Un escape de la palabra, el argumento y la justificación. Simplemente no había nada que decir. Estuvo muy rico, nada más. Nos gustó a ambos. Fue bueno para ser algo rápido y, además, el primero. Hubo química, onda, ganas de mirarse fijo, hacer el amor, follar.

De ahí en más mi estómago entró en mal funcionamiento. Llegamos a casa y la puta caña fue por tres: puna, alcohol y moral. Culpa y mal comportamiento. Haber mandado una relación a la mierda por la furtiva pasión de otra. El deseo era uno solo: volver a tocarla, volver-la a respirar.

Explicar lo inexplicable no da margen de argumentación. Se hace daño cuando se rompe un corazón. Cuando se engaña a una persona. Yo quedé con culpa, somatizando el cagazo y en estado de crisis por ello, mas no arrepentido y menos disgustado. Volví a un estado de individualidad cómoda social que me da plena libertad de conducta y acción. Así lo creo yo al menos, pero aún no hablaba con Francisca. Ella no sabía que la noche anterior había estado dando sexo oral a otra. Esas cosas no debiesen pasar.

Me hice el huevón un rato, pero no sirvió de nada. Con la Fran todo es energía y señales y auras y miradas que dicen más de lo que se habla. Yo, por otro lado, no sirvo para ocultar estas cosas. Ella llevaba tres días diciendo por whatsapp que me portara bien. Es como si todo se le hubiese revelado. Más encima se intoxicó.

No pude decírselo, inventé una historia distinta. Le dije que estuve a punto de cagar la relación, pero que no había pasado nada (mentira), pero que igual la había cagado porque hubo más gente y se dieron cuenta de lo que estaba pasando (verdad). Que además estaba su amigo y que él cachó la truculencia (verdad). Que me di cuenta que podía cometer errores, que por eso no me podía comprometer, no podía estar más presente, que no quería frecuentar a su hija y menos tener que relacionarme a veces con el papá, que debíamos terminar (verdad).

Hay cosas que no sé hacer, como formar una familia, por ejemplo. No lo he hecho con la mía, cómo podría hacerlo con otra. Eso dijo mientras me mandaba a la mierda y descargaba su ira.

De igual forma, a pesar de todo, la Fran estaba tranquila. Dijo también que lo intuía, que nunca creyó del todo lo que yo decía o lo seguro que estaba de la relación, de lo que estábamos construyendo. Dijo que yo en cualquier momento –como ahora- iba escapar, que era lo que más me acomodaba cuando algo me presionaba. Que ya se lo habían dicho las cartas. Que era una mierda por mandar todo a la cresta por un ahogo de niño miedoso y huevón cobarde. Que todo esto al final me iba doler más a mi que a ella, que siempre iba sentir una sensación de vacío que solo ella hubiese podido llenar, que cuando sintiera ese vacío me iba acordar de ella. Que me quería, que entregó todo o lo que más podía. Que su hija siempre iba estar primero y que eso nunca iba a cambiar, que si yo no quería estar más presente entonces no había nada que hacer juntos. Que era lo peor, que le hacía daño, que nunca le había pasado, que yo no quería estar con nadie, que solo quería estar solo, que era un egocéntrico de mierda, un huevón narciso que solo pensaba en él y que me iba ir a la mierda, y solo, con esa actitud tan individualista.

Dijo que sí había amor en mi corazón, que ahí estaba –y me tocaba el corazón con la mano- pero que mi cabeza era el problema. Que pensaba mucho las cosas, que me enrollaba, que las hacía más complejas de lo que en verdad eran. Que siempre iba escapar de todo el que me quisiera, que por eso las personas me evitan o chocan conmigo, porque solo pienso en mi. Que he sido un padre de mierda y que solo ahora estoy empezando a ser un abuelo, que nunca he podido formar mi familia y que no voy a ser capaz de hacerlo, que ella me había presentado una familia hermosa que podía comunicarse y ser feliz y que eso, claramente, no tenía nada que ver conmigo y con el tipo de familia que yo tenía. Que me fuese a la mierda, al carajo y a la concha de mi madre.

Hablando de falsa libertad. Uno cree ser libre, cree ser feliz…

Fin de la jornada.

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