Hampa familiar


Una vez adentro, solo, sentado, miraba el espacio chico de esa camioneta hedionda y mal cuidada. Había rastros de sangre, escupos, orina y otras basuras. Pensó en todos los seres que habían estado ahí tal cual él ahora. Tal vez alguno fue un maleante famoso. Miró por una ventanilla y captó que el vehículo estaba dando vueltas. Habían vuelto al mismo lugar. De pronto frenaron, abrieron la puerta y entraron esposados el señor de las paltas (y los motes) y su hijo, un incipiente ‘choro’ local. Todo mal.
El hijo era flaco y chico, parecía jinete o rider de motociclismo, pero maltratado por la vida. Hecho mierda en realidad. Era algo así como ‘lo que botó la ola’. O sea, un huevón mal. Parecía orco, gárgola o insecto, pero del infierno. Muy a mal traer. Era pastero, desertor escolar y delincuente. Tenía un aliento asqueroso y estaba completamente sucio. El señor se sentó al lado y el hijo –la rata- en frente.
El señor éste, el papá, el vendedor de paltas, ése no, ése era serio. Tenía una cara de malo genuina, los ojos más oscuros que el resto, parecía incluso que reprimía su maldad. Estaba limpio y ordenado, con un corte militar, como que no transpiraba, vestía pantalón, mocasines antiguos y camisa cuadrillé manga corta. Tenía los brazos muy arrugados, unos tatuajes horribles y muchos cortes y cicatrices. 

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