Con-fort


Nota algo, cae, se da cuenta. Leyendo eso de Fuguet, en ese libro Tránsitos, cuando declara que es capaz de dejar su propia vida por la de un personaje, se da cuenta de una cosa: nunca ha dejado su vida de lado para hacer algo. Nunca ha dejado su vida por nadie. Siempre ha tenido su vida de lado. Siempre la ha tenido en cuenta, en prioridad, en estabilidad; conformidad, en realidad.
No es que deifique al escritor, más allá de la admiración que le tiene, solo nota que, por un lado, su vida personal requiere un cambio y, por otro, el arte es universal. Al final no importa que Fuguet escriba, sino de lo que escribe, no importa siquiera que sea escritor, sino que se da cuenta; como lo han hecho músicos, poetas y otros también. Quienes perduran o se matan, algunos temprano, otros después.
Es bueno que Fuguet no se haya suicidado –piensa. Lo respeta por eso, así como a Roger Waters, por ejemplo. No es que no respete a Cobain, Ricky Espinosa, Violeta Parra, Pizarnik o Andrés Caicedo. Claro que los respeta, cómo no, respeta a Jay Moriarity, a River Phoenix también. Los aprecia, le conmueve su tragedia, su dolor, lo comparte en ciertos aspectos. Y así también con quienes crean hasta viejos. Aquellos que –supone- mutan su dolor.
La muerte de uno o una, sea o no suicidio, no es sinónimo de magnitud, más allá de que algunos han hecho de su muerte, en distintas circunstancias, no solo una parte de la vida, sino también de la obra. Casos como el de Alejo Cortés (Invierno) o David Bowie, por ejemplo, son un lucimiento, una obra magistral. Hacen del deceso un acto estético, integral y significativo, aunque obvio, nunca por sobre el azar.
Y a él, ahora que cae, ¿qué le depara?

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