Tránsito
Cuarenta en la
cabeza es acaso una edad social, una especie de era sedimentada en unas conciente
e inconciente educación. Cumplo años biológicos en un calendario gregoriano que
determina mi paso existencial en un estado-nación.
Tener problemas
o hacer las cosas, cuando era adolescente y joven, pasaba a ser una diversión,
una especie de vida con contenido, algo que contar, algo con qué amargarme en
los carretes y mostrarme deprimido e ido en una vida de mierda, lo que al final
daba popularidad y provocaba interés en les demás.
Y he ahí que
aún se deambula en una respuesta, cuya búsqueda parece ser un eterno tiempo
presente, lo que hace a la vida perfecta y, a la vez, muy alejada de un modelo
económico y social.
¡¿Qué mierda?! ¿Acaso vivir es intentar ser quien no eres; o dejar de ser quien eres; o buscar
ser alguien que no eres; o ser y no darte cuenta quién eres; o deconstruirte; o
construirte un futuro, exitoso ojalá; o expulsar las enseñanzas de tus padres;
u olvidar lo que no sirve del colegio; o prepararse para algo que puede llegar;
o entrenar para aquello que ojalá nunca pase; o dedicarte solo a una cosa y
nada más; o hacer tanto que terminas no haciendo nada?
No sé, solo
aspiro a que descifrar qué fue ese interludio
sea el camino a descubrir que no importaba preguntarse aquello. Que buscar sin
encontrar es el significado de la vida. Que en rigor es eso y nada más… y nada
menos, por lo demás.
Claro que no
es suerte, parece más bien un camino de evasivas de un cobarde. O de alguien
que realmente no pudo (puede) hacer más. Habrá que identificar cuándo y cuánto es que
estás preparado para amar, para entregar sin sufrir por hacerlo, sin que duela,
sin que emocione en extremo ni te lleve a añorar, a extrañar, a llorar, a
convertirte en un ser que de enamorado pasó a perder toda individualidad.
Claro que no
es suerte, creces y captas que no tienes fuerzas, que eres en realidad débil, que
tu cuerpo debe fortalecerse y ensanchar, convertirse en una máquina de golpes,
carácter, violencia, protección, rabia, potencia, un ser capaz de enfrentar una
vida urbana malvada, corrupta y maquiavélica. Pero que de igual forma puede en
ella encontrar la felicidad.
Por supuesto
que gana quien entrega, ¿cómo no? Gana quien ama sin miedo, quien hace de su vida interna más
fuerte que el externo cuerpo, o que más bien combina perfectamente su
fuerza natural y espiritual, que además lee y opina, que puede admirar el arte
y disfrutar de los aromas, los paisajes y las bondades del capital.
Si he de
morir, morir entonces entrenando para ser valiente. La única forma de morir con
gloria luego de un tránsito sin sentido e identidad.
(Fotografía: Camilo Leni Muñoz)