Objeto de estudio


Ese molesto equilibrio que me mantiene lejos de los extremos. Sin deseos de figurar para bien o para mal. Nunca en la cima y nunca en el fondo. Siempre sin poder, pero tampoco herido de muerte.
Algo de eso podría pasar. Una crisis, un golpe de regocijo o ira. Al menos así podría caer o me podría parar. Bajar a la tierra o salir del fondo de ella. Pero no. Este miedo es miedo a la vida. La sobrevivencia de uno más. Siempre buscando una maldita seguridad.
Y así pasan días. He visto tantos que casi no los recuerdo. No tengo claro qué hice ayer, hace un año, meses o la semana pasada. Si es no por aquello que se registra, lo que sea, no podría saber qué ha sido mi vida. La cual, ahora, me carga. Durante todo el tiempo que pensaba qué podía hacer, terminé no haciendo nada. Siempre lo dejaba para después, pero resulta que nunca llegó ese esperado mañana.
Me doy cuenta tarde. Podría haber sido inteligente años atrás, cuando todavía pensaba que nada malo me podía pasar. Recuerdo esa época, esos días. Me divertía tener problemas, no estar bien en casa, tener una familia disfuncional, tener distintas pololas, nunca concretar nada.
Ahora que lo pienso no sabía lo que hacía, pero es peor ahora que lo asumo y sigo sin saber.
Tengo, a estas alturas, la eterna sensación de no ser quien podría. Y digo eterna porque me ha acompañado desde niño, desde que recuerdo algún pensamiento. Siempre escuché de mí que tenía mayor potencial, que no daba todo lo que podía. Me cargaba oír eso. No tanto porque pudieran tener razón, sino porque no sabía en realidad a qué se referían. Asumía que se trataba de capacidades emocionales o cognitivas, una cierta inteligencia, pero no entendía cómo lograrlo, cómo hacer para demostrar todo aquello que, se supone, podía.
Trataba de analizarlo, planearlo. Ansiaba saber cómo sería, cómo sería ser así como se esperaba. Quería saber qué caminos seguir para lograrlo, eso me tenía preocupado. Según mi visión daba todo lo que podía, me esforzaba, me concentraba en hacer las cosas bien, pero siempre algo faltó o algo se interponía. Como dije, nunca estuve en el primer lugar, pero tampoco fui el último como para tratar de cambiar algo.
Con el tiempo –mucho tiempo- logré comprender algunas cosas: no todo dependía de mí, había que considerar el entorno, las oportunidades, la familia. Por eso a estas alturas, ya de grande, esta sensación es casi maldita. Siempre está en algún lugar. Y aún topo en considerar o mi completa culpa o que no todo lo puedo controlar. Supongo que ese nodo, ese recoveco, ese lugar en medio, que ha de ser para bien o para mal, ha sido mi objeto de estudio.
¿Cómo se sale de esto sin ayuda, sin dar pena vergüenza o causar malestar? ¿Cómo llega uno a estar seguro de algo en la vida?
Ahora último todo es extraño. Lo ha sido los últimos treinta años, tal vez. Una eterna extrañeza bajo el manto de un equilibrio mal acostumbrado. Hace poco hice algo significativo. Algo logré. Pero ese algo está en un marco mayor que no es ideal. Que, lejos de serlo, parece más bien una dosis de cruda realidad social: uno se realiza hasta donde alcanza, nada más.
Tal vez partir de allí para ser alguien sea la decisión sensata, aunque implique traiciones, disputas, batallas.
¿Cómo se conjugan los sueños, la moral y las responsabilidades? ¿Tengo la oportunidad para ser alguien en la vida? ¿Acaso eso me tendría que preocupar?

Entradas populares de este blog

Banda sin nombre. Una historia de ciudad

Reseña del libro 'Lo Real' de Andrés Ibáñez (2023)

Así empieza

El origen de la herida

Un matiz