Paternidad
Como resulta ser clásico en una
historia como esta, aun cuando sea la estricta verdad, la mamá de ella abrió su
notebook y husmeó en su diario. Vieja de mierda, ni toda la preocupación del
mundo la justificaba. Obvio, el detalle la espantó, creyó morir. Su hija en su
primera relación se había iniciado por el culo. La señora no aguantó y fue a
hablar con el padre, fue a acusar una aberración carnal descontrolada que se
gestaba entre dos jóvenes. El señor sonrió.
El esposo llamó al joven para hablar
con él de hombre a hombre. Su franqueza
fue impactante. Fue en extremo directo. Él iba para ser golpeado, pero se
encontró con un hombre progresista y contemporáneo. El señor se mostró emocionado,
acongojado, no molesto por el sexo, sino porque su hija lo calló. Se culpó, se
juzgó, se cuestionó. Pero lo mejor estaba por venir. Después de secarse las
lágrimas, ofreció construir una pieza en su casa para que pudieran hacer el
amor tranquilos. Al joven le vino una fuerte picazón en el cuerpo y solo atinó
a sonreír.
Días después del
ofrecimiento, el papá los llevó a ambos al ginecólogo. Motivado. La situación
era incómoda, pero reflejaba su forma de ser. Sacó hora y pagó una consulta
particular. En la sala de espera tiraba
la talla. Se sentía joven y hablaba de sus primeras relaciones sexuales. La
hija lo hacía callar. El joven sacó sus audífonos. El médico demoró bastante,
pero los atendió. Abrió la puerta un tipo adulto de lentes y bata blanca, saludó
y miró de frente a los tres: ‘Tú no eres el hermano. Y tú eres el padre,
¿verdad?’ Fue lo que dijo.