Sparring

Hola. Han sido días de mucho sol. Ni te cuento el calor. Parece que el cielo estuviese encerrado. Y está todo tan revuelto… 
Bueno mira. La cosa es así. Como suele ser común, podemos decir que la vida es perfecta, ¿verdad?. Quién es uno para escapar de sus corrientes y tormentas. Menos aún de los colores y las alegrías. El amor ha de ser una energía que se mueve y vuelve a cada tanto para recordarnos qué es ser de verdad. Me pasa que en ciertas noches pasa un viento muy rápido que me despeja el rostro y me hace recordarte en el horizonte. A veces también mirando las estrellas. Los ojos fulguran. Me sobrevienen pasión y paz.
Yo hace un tiempo entreno boxeo. Me creo boxeador. O sea, lo intento. Todo un proceso. Gran deporte y acondicionamiento. Da sentido a la furia diaria contra el sistema y las injusticias. Es como una danza de fuerza y estrategia. Cabeza, hombros, cadera, manos y pies. En cada golpe no solo va la energía, sino la existencia de la persona, experiencias, imágenes de la vida. Significados, recuerdos, caricias. Un golpe como un golpe al corazón. Es genial, motivante y adictivo. No se trata solo de pelear, sino de perder el temor a la vida. De estar preparado para lo que vaya a pasar.
Y entonces resulta que justo mi primer sparring (pelea, combate), luego de meses de entrenamiento, me toca contra tu hermano. ¡La volá! El primer sparring de mi vida contra un boxeador definitivamente más preparado y profesional que yo, con más peso y fuerza, antiguo en esto y con tradición deportiva familiar, que más encima es el hermano del amor de mi vida. Se me hizo increíble, pero más que todo significativo. Lo asumí con estoicismo y dignidad. Sonreí entre alterado y nervioso. Si he de ser golpeado, que lo haga el hermano de mi ex polola, así de alguna forma expiaré algunas de mis culpas –pensé. Quién más que un Barra tendría la facultad de pegarme. Se me hizo hasta obvio. Letal.
Sonó la campana. Un tenso silencio. Juego de piernas. Un leve acercamiento para cruzar las primeras manos. En un momento me vi confiado. Me movía bien. Estaba bien parado y podía respirar tranquilo. Solo debía replicar lo entrenado. Tenía visual, más altura y, por ende, mayor distancia. Avancé. En un movimiento repentino asesté un derechazo, recto, rápido y pesado, medianamente certero; pero acto seguido recibí un una tremenda derecha cruzada, certerísima, seria y en propiedad. Un combo de esos que se pegan para hacer entender a una persona. De esos que te cambian la vida o te hacen recapacitar, que te hacen despertar en otro lugar. Un meta-combo, o al menos uno que va más allá.  
El golpe salió de la nada, llegó por el lado izquierdo del rostro, pero dolió el lado derecho, conectó ambas partes, como que desencajó algo, un hueso o un nervio, qué se yo, de un sector a otro del cráneo: bestial. Fue duro, sorpresivo, bien colocado. Sonó claramente y movió todo por dentro. Sin embargo, entre el mareo y la conmoción, mis pensamientos estaban contigo y mis piernas firmes en el suelo. Solo de ti podría aceptar una paliza como esa. O de alguien que te represente, como en este caso. Era coherente con lo que yo esperase de la vida. No que te saquen la chucha, sino que sea un honor y tenga un sentido existencial. Es significativo que el primer sparring fuese contra tu hermano, ¡justo tu hermano!
Fue un round difícil, eterno y agotador. Tres minutos que parecían años. Minutos donde pude ver plazas, playas, balcones, paisajes y una enorme sonrisa a un costado. Donde se mezclaban colores dorados con fuertes rojos, verdes y azules. Atardeceres de mar y desierto. Imágenes que acompañaban la música inserta de nuestra vida juntos. Una banda sonora de amor y nostalgia, evocación, admiración y pleitesía. Los golpes más hermosos que todo hombre quiere recibir. Una función nocturna de remembranza. Mientras esquivaba podía ver tu rostro, tus ojos, tu boca. Escuchaba tu voz y tu risa. Hubo matices. Recordé penas y alegrías. Una izquierda abajo al hígado me llevó a nuestros últimos días juntos. Estuve ahogado, herido, angustiado, pero feliz de acordarme de ti, orgulloso de tenerte presente, aun cuando fuese en un momento como ese, aunque esté más que justificado.
Para tu tranquilidad y regocijo, perdí el round. Obvio. Pero gané en experiencia y amor a la vida. Pude enfrentar, sin caer, el impacto que genera tu existencia. La amplitud y fiereza de tu energía. Di todo, antes y ahora, para ti. Era yo batallando frente a un miembro de tu familia, que más encima me saludó luego de terminar la pelea. Noble. Notable, sublime y fundamental. No podía ser de otra manera. Así se recuerda a una persona amada: dando cara, peleando, parándose con otro que sabe más. Subiendo las manos, poniéndose en guardia, recibiendo lo que venga. Expresando en movimiento todo lo que significa una persona en la vida de otra. Lo que tú significas. Una corriente que porta la sangre y las lágrimas, el fuego y la luz. Momentos que duelen y dan felicidad. 

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