Del amor y la felicidad


Segundo Piso

 

De abrirse esa puerta era una pelea segura. Sí, tenía miedo, pero no quedaba otra que dejar de tenerlo. Miraba al costado y Camila estaba en posición fetal cubierta entera con la sábana. Como que quería esconderse, taparse y escapar de la realidad. Ella medio que tiritaba y algo balbuceaba. Se acercó un poco para escucharla: ‘que no entre, que no entre’ –decía- medio que con miedo y con risa, como con nervios o vergüenza, pero asustada. En rigor no estaba siendo infiel, el tema era que había terminado hace poco. El día anterior, en realidad. Por eso la tensión. Un movimiento de esa puerta y era una cagada seria, pero que tal vez podía llegar a no serla. Todo dependía del ánimo de las personas involucradas.

A Camila la conocía de lejos, pero hace tiempo. Era una chica de otra carrera, nada más. Le gustaba bailar y ser el centro de las fiestas, decían que era medio loca, lo cual le agradaba. Estudiaba y era hermosa, qué más podía importar, además fumaba weed, era la mujer perfecta. La verdad nunca creyó que podía pasar algo, siempre ella tan rodeada de amigos y gente divertida, tan popular y requerida. Pero bueno, justo ese día ella estaba sentada en la barra con su gran amiga disfrutando una cerveza. Estaba feliz, en buena, le habían aprobado el proyecto. Estaba sola, digo, soltera. Había terminado –ayer- una relación de seis años con un supuesto amor de su vida, un joven alto, medio skater, karateca y estudiante de agronomía.

Todo fue risas. Ella en realidad era genial. Sus amigos también lo eran. Fue una gran noche, sin duda. Carrete de gente contenta con un mediano éxito por la vida, con viajes, estudios y un departamento donde habitar. La banda tributo hizo una rifa a la mitad de la fiesta, el sorteo era con el ticket de la entrada y el primer premio una estadía en un motel. Nada tan relevante, solo que el premio se lo ganó ella, Camila. Y ella lo invitó a él, Enrique, a celebrar. Le dijo que la estadía era para el próximo fin de semana, que tenían varios días para practicar, mientras le movía las cejas. Se miraban y se reían. En realidad ella se reía, él vibraba por dentro, sintió que era el amor de su vida. Se fueron juntos. Ella compartía con su amiga un segundo piso a cuadras de ahí frente a la playa.

Hicieron el amor y estuvo rico. Tiraron y les gustó. Había química, una reciprocidad, se quedaron conversando y fumando en la cama. Reían harto, estaban felices. Ella una profesional, él se titulaba en unos días más, en el motel iban a celebrar. Magia pura, juventud y estabilidad, una nueva vida. Pero un ruido los interrumpió. Algo sonó en el baño, algo se cayó o alguien entró. Mal, de hecho todo mal, la patá. El joven skater tuvo la idea de ir a buscar algunas cosas que se le habían quedado en esa pieza y como ya no tenía llave, porque lo habían pateado ayer, saltó las rejas del condominio, trepó por el edificio y llegó a la ventana del baño en el segundo piso cuan spiderman en una de sus proezas. Notable desde cierto punto de vista, pero bueno, para Enrique todo mal.

Dados los sonidos que se escucharon desde la pieza, se asume que luego de entrar al baño por la ventana, el joven este, Elías, abrió la puerta y caminó directamente a la pieza de su expareja, el mismo lugar desde donde Enrique oía y se preparaba para lo peor. Estaba sin ropa, sentado en una cama a unos tres metros de la puerta. Miraba al costado y Camila muerta de miedo se había tapado hasta la cara y pedía que el no necesariamente un ladrón Elías no entrara. Tensión total.

Por lo que se pudo captar entre el silencio y la oscuridad, cuando Elías toca el picaporte, sale de la otra pieza la amiga de Camila, Jenny, y se pone entre él y la puerta, preguntando de forma muy cortés, ‘qué haces acá huevón, cómo entraste, qué estás buscando’. Él se detuvo y le dijo que había un bolso en el closet que se la había quedado. Entonces Jenny en la mejor de las ondas entró ella a la pieza a buscar el bolso. Abrió despacio y lento, pasó pegada a la puerta para que no se viera por dentro, cerró y avanzó mirando de costado a Enrique, quien desnudo sentado en la cama con así unos ojos miraba atónito cómo Jenny lo estaba salvando de un inevitable y tremendo conflicto. Ella hacía el gesto de silencio con el dedo y miraba a Camila cómo estaba enrollada con la sábana sin mirar. Abrió el closet, sacó el bolso, cerró el closet, dio media vuelta y caminó hacia la puerta mirando nuevamente de costado a la pareja. Abrió la puerta de la pieza, salió y cerró. ¡Uf!

Afuera, le pasó el bolso a Elías y se despidió de él pidiéndole que nunca más, por favor, entrara de esa manera al departamento. Elías pidió disculpas y se fue. Camila demoró un poco en destaparse la cabeza.

 

El motel

 

Finalmente Enrique se tituló el jueves de esa semana. La estadía en el motel era para el viernes en cualquier horario, era la mejor forma de celebrar. Como ninguno tenía auto, Camila le dijo que lo pasaría a buscar en el auto de la hermana, Carla, dos años mayor, casada con un piloto de aviación, alta, delgada y particularmente hermosa. Buena onda, además.

Llegaron. Enrique salió y se sentó en la parte de atrás. Asumía que Carla los dejaría cerca del lugar para que después ellos siguieran caminando. El viaje fue un poco tenso, por suerte a Carla se le ocurrió bromear: ‘quién te viera con dos minas ricas entrando a un motel huevón’. No dejaba de tener razón –pensó Enrique- mientras decidía si comprarse o no un auto.

Carla mala onda, los llevó al motel directo, Enrique le pidió que los dejara cerca, pero ella le dijo que era mil veces mejor que entrara en un auto con dos minas a un motel que caminando solo con una. En la entrada había un jardinero que los quedó mirando y saludó a Enrique empuñando la mano. Carla estacionó afuera de la pieza, les regaló una caja de condones y se despidió. A la vuelta llaman un taxi los huevones –dijo.

Hicieron el amor y estuvo rico. Había química, una reciprocidad. La pasaban bien juntos y se reían mucho. Después de tirar se metieron al jacuzzi y abrieron una champaña. Enrique sacó dos pitos y Camila unas ramitas. Se tocaban debajo del agua y se miraban a los ojos. Se acordaban de la casi pelea con Elías. Estuvieron harto rato ahí disfrutando del agua, las burbujas, el vapor y haciéndose cariño. Se anduvieron durmiendo un poco.

Al día siguiente Camila llamó por teléfono a Enrique y le dijo que no podía moverse de la cama, que estaba como apaleada, como que había hecho deporte todo un día. Enrique dijo que le parecía extraño porque él se sentía igual, que le había costado mucho levantarse y que le dolían las piernas, la espalda y los brazos. Ella le dijo que no habían tirado tanto como para quedar así, que no entendía. Enrique dijo que tal vez fue el agua, que a lo mejor se relajaron, estuvieron mucho rato y eso les había afectado los músculos. No paraban de reír.


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