Perdurar

Todo comienza con esa luz, ese brillo al cual uno vuelve porque lo conoce. Todo inicia con un deseo original esperanzador y aspiracional. Vuelve, enciende, respira, alumbra y sella. Deja que ese cuerpo y esa vida caigan hacia la más hermosa inmensidad. Perdurar es la consigna. Alcanzar un punto, un clímax, un espacio para flotar. Explora, hunde, viaja, vuela y activa eso que es tu mente. Una vez ahí ya nunca caerás de la corriente, solo sabrás lo que es felicidad, lo que es una pequeña muerte anunciada, seca y revitalizadora, una que estaba en esa caverna muy cómoda allá por el fondo del mar.

Hermosa, ella y su figura, ella, su acción, sus penas y su libertad. En ella pensaba, algo así como que imploraba su existencia, transmitía, iba hacia ella porque solo he pensado en ella, mujer de paz e historias pasajeras. No hay mucho más que explicar. Y entonces así, convencido, avanzando, ajustando las frecuencias y los rebotes, hacia una búsqueda ansiosa, una especie de locura sanadora: sentir. Llevar la sensación a la realeza, al sitio donde se pierde lo material. No olvidar ese algo ahí donde uno teme llegar, volver, anidar, recordar. Perdurar en su interior y estremecer la cordura. Sí, amar y en serio, sí, esto es serio, mas no deja de ser esperanza al andar.
Moverse como bailar, sentir un respiro liviano, un triunfo, una brisa que pega en la sonrisa de una tarea bien hecha, una decisión plena, precisa, fundamental. Una de esas cosas que se hacen por sobrevivencia, que puede que sean difíciles, que puede resulten igual, bien o transcendental. Por eso basta y vale la pena, el riesgo y las vergüenzas. Las horas pasadas. Nada que un baile frente a los espejos portales no pueda mejorar. Nada que un ritmo de pulso alegre no pueda sostener, mover, equilibrar, salir y entrar, ir, venir, sentir, apretar, fregar hasta sacar sudor, orina y lava, amarse hasta los fondos, los huesos y sobre todas las cosas.
Al final esto de la energía vital es vida, es amor, es un pasadizo de los respiros y los flujos sanguíneos. Qué feliz hace empezar y no acabar. Es como ver las estrellas, la vía láctea, el espiral. Perdurar, perdurar, ver sonreír, ver los ojos brillar, sentir el cuerpo y los sonidos. Ver gotas que caen lentas por entre la arena y los rayos de sol. Agua que fluye lenta entre la sal rasurada y las ropas. Sentir temblores, ansias, bríos. Saltar a una piscina con mucho agua y sin fondo. Amor, de eso se trata. A-mor, querer estar bien, sentir una cumbre cada mañana y agradecimientos cada vez que te alistas a dormir.
La energía es interna, fluye hacia aquello que es oriundo, eterno, inicio y final, va, vuelve, lleva consigo aquello que es lo relevante, aquello universal que nos hace dimensionales, múltiples, uno, varios, nada, lo mismo siempre, únicos y geniales. Presente aquí y allá, sin distancias, medidas o mensuras. Una especie de pulso, de tramo vital, una cosa que conecta, que hace perdurar. Que te pone de frente con aquello en lo que sueñas, aunque no siempre como uno espera.
Ahora aquí hay felicidad, aquí ronda un sino, una búsqueda eterna y completo entrenamiento. Algo bello, poderoso, incierto aunque pleno, guía y situacional. Pertinente como estirarse en las mañanas, como comer después de ejercitar. Eso, una cosa largamente esperada, una buena noticia, algo que no estaba bien ahora prospera e incrementa. Sonrisas frente al mar y los cerros, en los jardines, parques, plazas y calles caminadas. Podría celebrar, pero prefiero atesorar la valentía. Yo voy de aquí a mi origen y mi historia, hacia las energías que explotan dentro y hacen de esta luz un brillo orientador y ejemplar.

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