Quito

No sé qué decir de Quito. Es grande. ¿Es hermoso? No lo sé. De no ser por las personas de Venezuela, no tendría nada alegre que decir de aquí. Los quiteños no son muy cordiales, no son alegres y no parecen ser muy seguros. Son algo parcos, callados, pa dentro. Son un poco como los bolivianos o algunos peruanos o chilenos. No he tenido la oportunidad de conocerlos mucho, pero cada vez que he estado en Quito, mi relación es con los venezolanos. Y estos, de tan expresivos y explosivos que son, no dicen muchas cosas buenas de quienes viven aquí. Los entiendo. Aquí como que hay desconfianza, no te quieren conocer o no te quieren hablar. Miran distante, casi nunca a los ojos, son re cartuchos, serios y paranoicos. Siempre con una excusa para no conectar. Alguien entretenido debe de haber, sí claro, demás, ojalá, pero bueno, no veo quién. 

Aquí un chileno medio que se ahoga, no tanto por la altura, o además de la altura, sino más bien por la lentitud y la hipócrita tranquilidad. Esta gente la vende de piola, parece que no hicieran ningún mal, como que fueran los más ordenados y honestos. Pero no, se nota que no. Algo ocultan, algo se guardan o de algo se defienden. No lo sé. Tal vez algo les pasó.

Una médico venezolana tiene una teoría al respecto. Por un lado la altura (poco oxígeno en el cerebro), la falta de vitaminas de las mujeres en el embarazo y, lo que es peor, la falta de mestizaje, es decir, poca mezcla y diversidad. No lo sé, puede que sí. Algo hay aquí que hace que se muevan poco, caminan y hablan con parsimonia, no te pescan y tampoco te dejan avanzar. Tienen dos velocidades, dicen por acá. 

La gente de Venezuela aquí está un poco harta. Necesitan bulla y rumba, por otro lado, limpieza, estética, felicidad. Por supuesto, lo necesitan. Han tenido que salir de su tierra. Y vaya que la extrañan. Si por ellos fuera estarían bailando y tomando cerveza, comiendo arepa, bañándose tres veces al día, comprando perfumes y vistiéndose como lo mejor de la sociedad. Son panas, buena onda, no te aburren, te hablan de frente y te retan. Aman su patria, la buena vida y la diversidad. Son la raja, la verdad. Y no solo porque me guste una de ellas. He conocido a varios, distintas generaciones, género y sexualidad, y son todos igual, algo los iguala. Debe ser como caminan, como gesticulan, como entonan y, por supuesto, como bailan. ¡Puta que bailan wn! Parece que de eso dependieran sus vidas. 

Pero bueno, esto se trata de Quito, la verdad, porque estoy en Ecuador y no en Venezuela, pero son estos últimos los que me han recibido en la ciudad. 

Quito es grande, es tremendo, medio que se extiende y se agranda. Es muy verde, oscila entre mucho frío y mucho calor. Llueve, moja con agua y con sudor. Hay muchos árboles, bichos e iglesias. Eso último, una especie de orgullo católico de la ciudad. ¡Puta que hay iglesias! La santa inquisición se zarpó por acá. Yo creo que aprovecharon que esta gente no opina, no discute y no pelea. Se dejan colonizar. Claro, la moneda oficial es el dolar, y ni si quiera su propio tipo de dolar, sino el mismo de norteamérica. Gente sin sangre ni identidad. Cómo puedes usar un billete cuyo procer no te pertenece. Mal. Es todo muy caro, además. Mala calidad. Aquí ganan poco y tienen mucho en que gastar. Más encima se cagan, son tacaños, no les gusta pagar.

Qué tiene Quito de bueno, no lo sé todavía. Más allá de los paisajes, volcanes, cascadas, nada te atrapa, nada te cautiva. En realidad da un poco de rabia, quisieras apurarlos u obligarlos a hablar. Quisieras escucharlos tal cual son, sin caretas, sin trampas, sin esa absurda actitud de que todo anda mal. Espero tener el tiempo y la oportunidad. Cómo no va existir alguien interesante, alguien con quien conectar.

De no ser por ella, ella que me encanta, no estaría aquí, no hubiese venido. Pero a ella la sigo, nuestras vidas se cruzan, nunca se sueltan.  

Quito es medio loco, enfermo o reprimido. Parece que la ciudad necesita terapia, coaching o incentivos. Parece que se ocultan entre los edificios, los bosques y las nubes. Deberían ir todos juntos a un psicólogo, qué se yo, romper el patrón, salir del estanco y arriesgarse un poco. Puede que sea eso: no salen de su zona de confort, no enfrentan, no expresan, temen a la vida. Viven como en la orilla tomando el sol, nunca nadando o sobre las olas. Asumo que temen tanto a la arena como a las rocas. Tienen la pera grande y chicas las pelotas. Son como un adulto con mala infancia, como un viejo de Manta, infeliz hasta la tumba, asumido y amargado hasta el final. De no ser por Venezuela -alguien dijo- ni siquiera tendrían buenas tiendas y peluquerías. 

Deben mejorar, sin duda, preocuparse de su espíritu, su pasión y sus aromas. Sí, huelen mal.  

Quito en pandemia es más lento y más vacío. Te obligan a usar mascarilla y escudo facial. Riegan alcohol hasta por si acaso y se mantienen a dos metros de distancia. Dan indicaciones, pero no te hablan. La policía es pesada y estricta. La asumo corrupta y asesina como cualquiera, pero puta que molestan y ni siquiera se hacen escuchar. 

Ah, sí hay algo bonito y de calidad en esta ciudad: el aeropuerto. Es pequeño, pero eficaz. Ha ganado premios, tiene su prestigio y su inmensidad. Es agradable para leer o anotar. Es muy caro, pero huele rico y hay variedad. Pero claro, la pandemia, este virus de mierda que nada deja funcionar. Este aeropuerto perdió calidad, como tantos otros, está vacío. Es como un indicador de que algo está mal, algo no anda, no funciona. Es un virus disfuncional, al menos para la ciudadanía. No sé a quién pueda ser funcional. Es extraño este virus, parece más bien un arma internacional. 

Y así va Quito, lento pero no seguro. Lento y haciéndolo mal. Desconfiado, paranoide, triste y nada de especial. Esta gente es el paisaje y la historia, sua etnias y sus culturas, mas no así la gran manifestación social. Si los pones en un desierto, me late que no arman una casa o una empresa y menos una técnica de regadío. Se mueren nada más. O esperan a que alguien los rescate. ¿Migrar? No creo. Ha de darles paja, no lo sé, tal vez se cansan. 

¿Qué tiene Quito de bueno? ¿Qué tiene Quito? ¿Qué es? Más allá de las calles, edificios y casas, ¿será una ciudad? ¿Qué define a una gran ciudad?

Y acá sigo. Espero el amor que he venido a ver y entregar. La historia más bonita que el destino puso en mi vida –como señaló mi gran amor. Eso me anima y me rescata. Me motiva, me hace sonreír y respirar. De no ser por ella, la más bella, sería un tedio este lugar. 

Hablando de Venezuela, ¿qué le pasa a esa nación? Cómo es que han dejado salir a tan maravillosas personas. Pierden talento, sin duda. Pierden gente educada y proactiva, gente limpia y segura de sí misma. Pierden, vienen perdiendo personas antes de la pandemia y después de instalada una dictadura. Cómo duelen las pandemias y las dictaduras.  

Tal vez Chile sea más entretenido, pero tiene muchas heridas que sanar. Guayasamín pintó en torno a eso. Conmovedor el artista, la cagó. A propósito, su museo es otro muy buen lugar. 

Entradas populares de este blog

Banda sin nombre. Una historia de ciudad

Reseña del libro 'Lo Real' de Andrés Ibáñez (2023)

Así empieza

El origen de la herida

Un matiz