La primera vez (2da edición)


He aquí que los dedos se mueven para seguir sobreviviendo. Yo cuento historias, ficticio la realidad. La interpreto para recordarla, para que tenga sentido esta eterna incomodidad.

Verano de 1996

Siempre fue tímido y nervioso. Más nervioso que tímido, en realidad. De sexo no sabía nada, solo aquello que sentía. Lo poco que captaba lo aprendía con malas palabras. Esas de las calles, de los amigos, nada más. ¿Educación sexual? Ninguna. ¿Sus padres? Mejor no hablar. Sus pares opinábamos, le dábamos consejos, creíamos tener la verdad. Mal.

Tenía problemas en su casa. Típico en la época, en la ciudad. Pobreza, familias disgregadas, violencia. Su padre se había ido de la ciudad, su mamá entraba en locura temporal. Estaba un poco solo, era aún menor, no quería vivir en ese lugar. Salía para aplacar las preguntas. Estaba casi siempre afuera, en la playa, en el parque, en la cancha. 

En el parque fue que conoció a Francisca. 

Oye niño. Tú, sí tú. No te hagas el loco. Hace rato te quiero hablar. El otro día no pescaste, te creíste. Te la voy a cobrar.

¿?

¿Te acordai de mí o no?

¿Sí o no?

¡Ah sí! Disculpa el otro día. Es que como no te conozco… 

Ahora nos podríamos conocer, ¿o no?

(sonríe)

No te creai más, ¿ok?

Ok.

Francisca era la hija de don Vicente, el dueño del almacén. Él había muerto hace un par de meses. Era recordado en el barrio. El equipo de baby-fubol llevaba su nombre: Vicente Ruiz F.C. Francisca estaba casi todos los días en el almacén. No parecía extrañar a su papá. Tenía diecisiete años, era alta, morena, delgada, muy bonita. Tenía una gran personalidad. Muchos de los más grandes querían con ella, pero a ella le gustaba mi amigo. 

Oye niño que erís corto, te pasaste. Te llamai Aldo, ¿verdad? 

Sí.

¿Y estay pololeando?

No.

¿Y andas con alguien?

No, nunca he andado.

¿Eris hétero?

Sí poh, obvio.

¿Cuánto años tenis?

Catorce.

Ah, estay listo pa’ mi entonces… 

No le dijo nada más. Le dio un beso entre la mejilla y los labios. Sonrió y le tomo el cuello. Anotó un número en un papel, se lo pasó y se fue caminando rápido. Movía las caderas y miró para atrás. Aldo quedó nervioso, sintió una erección, se le apretó el estómago. No le contó a nadie su encuentro. 

¿Aló?

¡Niño! Qué rico que llamaste. Te habías demorado. Pensé que no ibas a llamar. 

Pensé no hacerlo.

Ya córtala. Ya cooperaste ya. No tenis que ser pesado. Juntémonos mañana en el parque, ¿querí? 

Bueno…

A las cuatro allá, ¿ok?

Bueno…

Anda bonito.

No tenía ropa nueva, pero se echó un perfume que era del papá. A él le funcionaba -pensó. Cuando llegó al parque vio a Francisca sentada en el pasto. Llevaba audífonos y unas zapatillas Converse azules. Se veía estupenda. Tenía el pelo tomado. Se había pintado los labios de rojo. No llevaba sostén. Tenía una blusa blanca suelta y un short celeste que hacía lucir sus piernas. Saludó y se sentó a su lado. 

Hola.

Hola. 

¿Cómo estay?

Bien, ¿y tú?

Bien. 

Ya poh…

¿Ya poh qué…?

Dame un beso poh. No seas tonto. Si sabis que me gustai hace rato. 

No sabía… Yo no…

Ya cállate, ven para acá…

Fue un beso maravilloso, magistral. Profundo, largo, húmedo. Apasionado y desbordante. Fue como en los sueños. Un beso de corazón y completamente excitante. Francisca sabía mucho. Lo apretó por un buen rato. Aldo perdía la respiración, pero se aguantaba. Había dado besos, pero nunca uno como ese. Le encantó, se sintió cautivado, enamorado. Francisca lo besó con ansiedad. Tocaba su cuello, los brazos, le tomaba el pelo. Suspiraba. Aldo puso la mano en sus pechos.

Aquí no poh huevón. Se ve todo. Anda gente. Córtala, no seas lanzado.

Disculpa... 

Te haci el huevón no más voh.

Disculpa… 

Ya relájate, si estuvo rico. Dai buenos besos pa’ ser tan chico. 

A ver, saca la lengua.

¿Ah?

Saca la lengua.

(saca la lengua)

Jajaja… ¡Qué bacán!

Gracias…

Na que gracias. Oye, tú quieres acostarte conmigo, ¿verdad?

O sea… 

Si tú quieres acostarte conmigo, yo también, pero ahora no. El fin de semana en mi casa, el sábado después de almuerzo. Entra por el almacén. Mi mamá se va a la playa con mi tía toda la tarde. ¿Estamos?

Sí.

En serio huevón…

Sí, en serio. 

Ya poh, bacán. No te vai a arrepentir pendejo, ¿escuchaste? No te pesco nunca más si me dejai pagando. 

Era jueves. Tampoco faltaba tanto. Aldo fue en bicicleta al centro y se compró unos slips nuevos. Estaba contento y, como nunca, medio calmado. 

El viernes despertó temprano. Contento como todos los viernes. Bajó a desayunar y se encontró a su hermana mayor peleando con su mamá. 

Cállate…

Cállate voh…

Tú papá es un maricón, no me depositó. Hace tres meses que no envía plata. Me cagó el huevón. Maricón, maricón, maricón. Siempre hace lo mismo. Se hace el huevón. Yo estoy cansada. Me quiero morir. La culpa es tuya. Tú tendrás que trabajar, tendrás que hacer plata.

¿Yo por qué? Yo na’ que ver.

Tenis que trabajar.

Yo estoy estudiando.

Siempre es lo mismo contigo.

No te pienso ayudar. 

Pues entonces dile al huevón que mande plata. 

¡Dile voh poh mierda! Vieja floja. Te da vergüenza llamarlo porque no te perdona. 

¿Qué dijiste estúpida?

La verdad no más. Tú siempre…

Fue algo radical. La mamá la miró fijo y se lanzó sobre ella. Volaron cachetazos, manotazos, mechones de pelo. La hermana no se contuvo, la rasguñó en la cara y le pegó tres patadas. Cayeron al suelo. Se revolcaron por la cocina y rompieron la puerta que daba al patio. Salieron expedidas, ambas llorando y sangrando. Aldo corrió a separarlas. Sacó a su mamá de encima de su hermana. La mujer volvió a entrar a la cocina. Sacó una cuchara de palo y una cuchilla. Volvió al patio y asestó varias veces la cuchara en el rostro de su hija. Aldo tomó a su mamá del cuello y la redujo para que se calmara. La mujer gritaba que la querían matar. Aldo la soltó para atender a su hermana. ‘Siempre la prefieres a ella’ -oyó decir. La mujer le clavó la cuchilla en la espalda. No lo podía creer. Él y su hermana salieron corriendo de la casa.

No había mucho que decir. Fueron de inmediato a un hospital. Llamaron al papá. Pasarían esa noche en una hostal y al otro día se irían con él a Antofagasta. Declinaron denunciar a la mamá. Vieja culiá loca -dijo su hermana. En la mañana una camioneta los pasó a buscar. Se fueron así no más, con la ropa que tenían, sin sus cosas. Tomaron un bus y seis horas más tarde el papá los recibía en el terminal. 

Ese día en la noche, tipo nueve, Aldo se acordó de la cita con Francisca. La echaba de menos. La recordó con su blusa blanca. Bajó la mirada. No me va pescar más -pensó. 

No hubo primera vez. Tuvo que aplazarse. Esas cosas de familia. Tendría que esperar. 

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