El Sardinero


¿Y ahora? Ah sí, salud mental. La depresión, los trastornos, la recaptación de serotonina. Eso que un día se hizo parte de la vida por tratar de mejorar la relación social. Puta mentira de mierda. Todo por hacer caso de un médico inmoral. –Con estas pastillas andarás mejor. Olvidó mencionar la posible adicción. Olvidó señalar que sería difícil dejarlas. 

Bueno, de todos modos, es más simple superarlo estudiando que encerrado en casa. Tampoco es tan grave. Podría ser peor.   


Día 22

Ale

¿Cómo estay? Hace rato no escribo. He estado viajando y, a la vez, detenido. Estoy ahora en Cantabria, en Santander, en realidad. Qué playa más hermosa. Me recuerda el norte de Chile. Todo es muy playero: surfers, salvavidas, bodysurfins y mucho deporte a la orilla del mar. De día y de noche, varias personas trotando, otros que nadan o juegan a paletas. Harto tenisplaya, paddle y kitesurf. Gente que pasea de la mano, se abrazan, se besan. Se respira amor y tranquilidad. Mucha juventud, mucha. Sus risas se oyen por todos lados. Ayer salí por una cerveza. Me sentía libre y solitario. Tengo tiempo para pensar. Me encanta esta ciudad. De haber sabido venía para acá a estudiar. Aquí me siento en casa. Valladolid es medio facho, aunque igual no deja de gustarme. Tiene algo, no sé, es ordenado, limpio y de buen nivel. ¿Qué es eso? Qué se yo, hay ciudadanía, me refiero. Las personas no se portan mal, no escupen ni mean en las plazas, tampoco hay peleas.

Caminé por la playa, improvisé algo y declamé para mí. Quedó grabado. Capaz que lo publique. Me da pavor. Debe ser que salió de verdad. Estaba entre feliz y emocionado. Le escribí a la Nato, la echaba de menos. En ese momento aún pensaba que podía pasar algo. Nada más alejado de la realidad. Pero bueno, es mi amiga ahora. Y una buena amiga. La quiero harto, creo que ella igual a mi, pero jamás lo diría. Se casó, ¿sabías? Se enamoró así fulminante. Ahora viven juntas, sí, ella y ella. Se van de viaje y quieren tener familia. Tuve una patética historia con ambas. Ya te contaré algún día, cuando me deje de dar tanta vergüenza. Fue lo peor, es lo único que puedo decir. Tanto así que hasta se me secó la boca. Loser. En mi favor solo puedo decir que fue culpa de Fuguet.   


Día 24

Ale

Sorry la tardanza. Andaba en el interior. Fui a Solórzano en busca de identidad. Le dije a mi papá que lo haría. Pueblo chico, pero hermoso. Lleno de historias de terror y hoteles encantados. Todo se llama Solórzano, la carnicería, el bar, el restorán, la farmacia y el ayuntamiento, obvio. Pocos creían que también yo. Fui al bar y pedí cerveza. Me miraron raro. Claramente no era de ahí y andaba turistiando en un día de lluvia y nublado. Mal. Los locales son buena onda. Son pesados como todo español, pero directos y bien humorados. Son medio fornidos. Comen y beben mucho. Hablan muy fuerte y no dudan en preguntar. Querían saber si de verdad era mi apellido. Tuve que mostrar el pasaporte. Se largaron a reír. Dijeron que iba por una herencia, que si acaso me creía autoridad. Yo dije que solo quería conocer. Me invitaron a comer y a ver un partido del Barcelona. Justo estaba Vidal. No entendían su corte de pelo. Yo traté de explicar aquello del capital social chileno. Pusieron cara de espanto. Pregunté por qué les gustaba el Barza. Dijeron que el Racing andaba mal. Son re futboleros. No lo digo solo porque les gusta. Saben del deporte, saben de historia, de técnicas, estrategias. Casi parece que lo estudian.


Día 25

Ale

Me quedé un día. No me corretié. Ni te cuento la pieza. De pesadilla: madera, techo alto, oscura, luz baja, sin televisión ni internet. El baño la raja, pero no era para estar solo. Me despertó una vaca con una campana en su cuello. Habían varias. Todo maravilloso. Tomé leche y comí queso con unas aceitunas malísimas. Nada como Azapa –pensé. Salí a caminar por el campo. Obvio, me saqué fotos en cada cartel que señalaba el nombre del pueblo. No sé por qué, en realidad. Es muy lindo. Está en una especie de quebrada. Tiene planos y unos montes pequeños. Parece el sur de Chile. Mucho verde, mucho campo, muchos animales: chanchos, vacas, ovejas, caballos, gallinas, todo muy universal. Viven campesinos que no son pobres y personas mayores retiradas de la urbe. Sus casas son muy lindas. Ninguna miseria, más bien prosperidad. Siempre miran raro, pero ya no les temo. Dejé de ser cauto cuando recordé que yo igual soy alto. No miran en mala, en todo caso. No sé, es como que miran no más, pero en calma, como con honestidad. Claramente no sientes que quieran asaltarte. Solórzano es solo un camino con edificaciones a su alrededor. Tras ellas, parcelas y plantaciones. No sé qué pueda ser más verde. Es una ruta con otros pueblos parecidos. Lo encontré bonito, pero ni tan propio. Santander sí. Ahí es genial. Ahí viviría. 


Día 26

Ale

Voy bajando a la costa. Voy de vuelta ya. Campo y más campo. Tuve que tomar un bus en Hazas de Cesto. No sé qué pensar. Ni te cuento. Estaba en el paradero de lo más normal, no había nadie. Llovía fuerte. De pronto apareció un señor mayor con unas bolsas matuteras. Me preguntó a qué hora pasaba el bus. Yo le dije que no sabía bien, pero que parece que a las siete. Quedaba como una hora. El weón me miró asombrado. Abrió los ojos. –De dónde eres tío –preguntó con un acento muy ezpañol. –De Chile  –respondí medio lateado. Ohh, el weón cayó como en schock. Más encima venía medio curao. Te lo juro, no había nadie más. El único weón borracho que he visto y tenía que ser chileno. Era de Valdivia. Tenía su historia. Obvio, me la contó toda. Se fue conmigo en el bus. Se sentó al lado. Lo peor, pero hice un esfuerzo. Lo escuché al weón, le hice preguntas, le conté del país, le dije en qué andaba. Se reía el weón. Estuvo a punto de llorar, pero cachó que me molestaba. Menos mal. Fue una hora de viaje. ¡Ctm! 

Llegamos a Santander y me invitó unas chelas afuera del terminal. Me tomé tres. Conversamos. Vivía en la ciudad y trabajaba en los pueblos arreglando los techos de las casas. Tenía la técnica del lugar. Ya lo conocían. Llevaba doce años trabajando en eso. Le dejaban las casas durante semanas para que las arreglara. Le permitían quedarse ahí. Llevaba a sus amigos, sus minas, se tomaba el copete. Ahí está poh. Mandaba plata a sus hermanos. Llegó a Madrid, vivió en la calle un rato, se regularizó y un encontró un trabajo, después viajó y se quedó en Santander. Ahí aprendió la técnica de los techos haciéndole caso a su jefe. Era garzón y el jefe tenía casa en ahí en el pueblo. Se certificó en la universidad y –nunca le robé a mi jefe –dijo. Después de eso todos le dieron trabajo. No ganaba tan mal y se sacaba fotos en las tremendas casas. Hasta hacía asados el patudo. Tenía otras pegas en el puerto igual. Me costó sacármelo de encima, pero no era mala onda, estaba copeteado no más.

Volví al terminal y me tomé un café, tenía hambre. Se me ocurrió comprar esos imanes de regalo y la chica que atendía era una morena latina muy bonita. Resultó ser venezolana. Atiné a hablar, menos mal. Las chelas me dieron más perso. Buena onda. Habló caleta. Nos conocimos. Me dio el número. Me va a llevar a conocer la ciudad. 


Día 30

Ale

Estoy en unas cabañas. Ando con ella. Bella. Qué te puedo decir. Una hermosa historia que va terminar mal. Surfeamos en El Sardinero. Hace tabla, yo arrendé un bodyboard. Wena. Hartos locales. Agua tibia y lluvia. Épico. La ola chica si, pero bueno. Con condiciones debe ser letal. Después de la sesión te dan un café en la tienda. Notable. Todo bien. Buenas personas por acá. Gente de playa, gente de mar. El lugar es extraño, está cargado. Es medio lúgubre, no sé. Es bonito sí, pero descuidado. Es muy antiguo. Tiene más años que Chile. Es pequeño y se ve viejo. Falta aseo creo yo. Pero sabes, hay una pared enorme que separa la piscina de las habitaciones, y en esa pared hay un grafiti espectacular que, honestamente, el resto de las cabañas no merece. En serio, la cagó. Es bellísimo, es superior. Es como la tesis de un grafitero. Es estético, simétrico, vivo. Tiene fuertes colores. Es el grafiti con más víscera y corazón que he visto. En serio, aquí se está perdiendo, debería estar en un museo. Muestra una silueta de mujer en primer plano y de fondo cuerpos masculinos como en una danza. Todo eso sucede en la calle. Es muy urbano. Es lindo, pero fuerte, es medio violento. 

Este espacio de la piscina es lo mejor. Tiene buena atmósfera, es un ambiente lúgubre. Tiene esa luz baja que me calma, que me recuerda a las stripers que me llevaba a ver mi tío. Es una piscina, pero no de verano, ¿entiendes? La adornan luces bajo el agua y velas por los costados. Hay unas mesas de cemento y unas sillas artesanales. Agua helada y agua caliente. Es como el patio de una casa en invierno. Parece que todo hubiese sido construido en torno al grafiti. En este espacio como que siempre es atardecer. Me gusta, me dan ganas de leer, de escribir, de comer. Me hace recordar, planear. Es, además, el único lugar donde permiten fumar pitos. Todo el mundo viene acá. Llevamos dos días. 

Frente al grafiti hay un Dj. Eso le da más onda. Conforme anochece, esto pasa de piscina a paseo peatonal y boulevard. Ella se ve hermosa. Piel bronceada y huele a bloqueador. Me recuerda cuando era chico y me gustaba el olor que dejaban las niñas en la micro después de la playa. La mayoría de su ropa es blanca. El Dj es bueno. Mezcla, usa harto las perillas, se tira a la tornamesa, la toca, hace música, ¿cachai? No llega con un pendrive. No, este es the real, lo hace de verdad. Es bueno el weón. Parece en trance, como perdido. Le apasiona lo que hace, pero lo hace cagar. Algunos lo aplauden, pero él está solo. Se viste bien. Mezcla también en su vida, se nota. Tiene detalles. Es un ser urbano, sin duda. Parece british y deprimido, pero está en la playa. Es como Damon Albarn, pero quemado y sin lucas. Mira el grafiti. No hace otra cosa aparte de tocar. Tiene un Jack Daniel’s casi vacío y va cada diez minutos al baño. 


Día 31

Ale

Fuimos a un mirador que conecta a un paseo peatonal. Desde ahí ves la playa. Es como Barranco, pero no sé. Santander es también como Valparaíso, a veces, pero playero y más estable. Abajo hay un parque paralelo a la costa. Caminamos como tres horas. Fluye tanto que da cosa, pero lo estoy pasando genial. Me contó de su familia, su madre, su padre biológico y su padrastro, su abuela, sus tías, su hermana, sus hijas, sus ex-esposos y sus amigos. Una vida intensa rodeada de dinero, política y fechorías. Todo muy estructurado, aparente y cool. Arreglos familiares, vínculos de poder y decisiones instrumentales. Me habló de su eterna incomodidad, de su falta de pertenencia, de la descolocación que le provocaba esa vida, la suya. Que sus recuerdos más hermosos estaban en los momentos que rompían con su clase y la llevaban a una vida más real, una que involucraba sentimientos. O algo así.

Cometimos el error de enamorarnos. Nos dejamos aturdir por los destellos. Llenamos el tiempo con besos, caricias, abrazos, sexo, felicidad, alegría, proyecciones, compromisos, proposiciones, juramentos y fotos. Mal. O sea bien, bello, genial, pero mal a fin de cuentas. Todo es pasajero –leí una vez en un perfil de whatsapp. Nos bañamos en la piscina mientras me habló de las parejas de sus ex-esposos por las cuales ellos la dejaron. Camino a la cabaña me contó de sus hijas, de los problemas que tuvo al nacer la menor y de lo cerca que estuvo la mayor de caer en una red de prostitución y trata de personas. En la cena describió a sus ex, sus padres y su hermana como los peores grilletes de su vida. Recordó a su primer amor que murió en un accidente. Luego habló de nosotros. Tomamos vino. Hicimos el amor.   


Día 33

Ale

No te imaginas. Esto es novela pura. Y yo creía que estaba mal. No. Soy un padawan de border al lado de esto. Pero es que la cagó. Ahora todo tiene sentido. Te cuento. Se nos acercó una pareja de árabes. Estupenda ella y el tipo un burgués más con demasiado mundo. Buena onda ambos. Preguntaron si habíamos llegado aquí por la historia de amor. –¿Historia de amor? –dijimos. Se rieron juntos y luego se pusieron serios.

Resulta que el Dj de la piscina es, o sea, fue, el esposo de la grafitera. Sí, la que hizo el grafiti hermoso de la piscina. La misma. Ella y él fueron marido y mujer por siete años. Se amaron hasta el choque de los huesos (flaite). Eran el uno para el otro. No hubo amor más grande en este lugar. En serio, el árabe dice que ella era entre maya, ángel y elfo. Que parecía caricatura o dibujo animado. Él era –es- un connotado Dj. Nos mostraron unas fotos. Se veían felices. Brillaban.

El Dj es brasuca, pero de chico se fue con su familia a California. Ahí se conocieron. En una escuela de artes. Él estudiaba música y ella pintura. Fue amor total. Una supernova. Nunca más se separaron. Ambos terminaron su carrera con éxito. El sistema se les abrió, pero ellos decidieron por la vía alternativa. Ni intelectualidad ni poperías, escogieron la urbe, la vida real. Él se hizo Dj y ella empezó a grafitear. Les fue muy bien, fue meteórico. El under californiano los conoció. Montaron una productora. Tuvieron éxito. Comenzaron a llegar los pseudo amigos y las drogas. Decidieron viajar. 

Ella era mexicana, hija de exiliados chilenos. Su papá pasó a la clandestinidad cuando tenía seis años. Nunca más lo vio. Lo odió. Se fueron con su mamá y su hermano a México. Conoció el hip-hop y el orgullo mexica. Se rebeló. Se hizo breaker, hacía comics, grafitis y stencils. Se fue a California a los quince con un par de amigas. Se hizo chicana. Entró a estudiar artes a los diecisiete. Cuando aprobó el primer año le envió un mail a su mamá para contarle qué era de su vida. 

Como te decía, cuando el éxito pintó mal, se fueron, pero antes pasaron a Las Vegas a casarse ‘express’. Luego se fueron a México y después a Brasil. Ahí se quedaron un tiempo. Después fueron a Portugal, luego vivieron en Valencia y después se vinieron aquí a Santander. Estas cabañas son de ellos. Decidieron vivir acá. Compraron un hotel viejo y lo empezaron a arreglar. Partieron por el sector de la piscina.

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