Entre balcones

Se abre un ventanal.


–Hola, cómo estás. Cómo te has sentido.

–Hola. Acá estamos, aún en tratamiento, pero todo bien. Me he sentido bien. Al menos puedo seguir con el deporte. 

–Buena.

–Y tú, cómo estás.

–Pucha, no muy bien la verdad. Terminaron conmigo y estoy muy mal. Y tengo que seguir haciendo todo, mi hijo, el trabajo, la facultad.

–No, pero cómo.

–Sé que no es algo grave, pero me tiene mal. Destrozada. 

–No sé cómo alguien puede terminar contigo, no lo entiendo. No sé bien qué decir, pero asumo que, aparte de la pena, tiene que salir también tu fortaleza. No digo dejar de sentir, sino que no te haga tan mal.

–Gracias por tus palabras, pero me siento muy mal. 

–Podríamos tomar un café estos días y conversar. Digo, no así medio que gritando, a esta distancia. 

–Jajaja.

–¿Puedes?

–Juntémonos la próxima semana.

–Dale, la próxima semana. 

–Qué bueno juntarnos. Ojalá antes. Te aviso apenas pueda. 


Respiran, se miran. Miran también al cielo. 


–Pucha, son fome las penas de amor, pero son universales. Pasan, van y vienen. Se fuerte. Ojalá se pueda resolver, pero si no, se fuerte, tanto para resolverlo como para dejarlo ir. 

–No quiero nada con el amor. 

–Dale. Hay que defenderse de lo que nos hace mal. Hasta el amor a veces duele. Vas a estar bien. Dale tiempo.

–Es fuerte todo esto.

–Y bueno, enójate y vive todo tal cual lo sientas. Es la única forma de que estés bien, en algún momento, cuando se te pase. 

–Va a pasar tiempo.

–No importa el tiempo que tome eso. 

–Gracias. Quiero llorar todo el día. No puedo aquí en mi trabajo. Soy re llorona, además. Ojalá juntarnos nosotros y poder hablar… más tranquilos…

–Tendrás que hacerte el tiempo para llorar. Nada malo hay en hacer lo que se siente. Y obvio, nos juntamos. 


Suena un teléfono. Lo mira, lo apaga. Vuelve a mirar al cielo.


–Quiero desaparecer. No hablarlo ni verlo. 

–Sí, te creo. Te entiendo. Así es esto, estas cosas. 

–Mmm.

–Mira, en lo personal soy medio radical con este tipo de situaciones. No sé, como que emerge un amor propio, un ego u orgullo, no sé, pero es fuerte y llega a ser medio prepotente o pesado. Me ha sacado de muchos dolores.

–Es que…

–Pero, a la vez, sé que es también una forma de evadir u ocultar los sentimientos. Y eso, a la larga, no es bueno.

–Dale.

–Pero eso lo sé ahora, hace poco. Antes no lo sabía o no lo entendía. 

–Mmm.

–Creo que hay que enfocar en una mezcla de sentimientos. Algo así como dar validez a todos los que surjan. La pena, rabia, recuerdos buenos, malos, vergüenza, alegría, nostalgia, ganas de que le vaya bien o de que le vaya mal, jejeje. No sé, algo así. Digo, mantener el centro, el equilibrio. Si duele, al menos ser consciente de por qué y qué hacer para que no duela tanto, como se hace con todas las heridas.

–Es difícil. 

–Sí, debe serlo, pero eres inteligente y racional. También puedes serlo con tu corazón. 

–(sonríe).

–Yo creo.

–Muchas gracias. Me apoyas con eso que dices. Le daré duro al amor propio. Hace poco había empezado un proceso importante de estar en una relación seria conmigo misma. Seguiré en eso y va a ser lo principal en mi vida. 

–Buena actitud. 

–Me voy a ir a dormir. De verdad muchas gracias. 

–Acá estamos. Descansa.

–También tú. 


Se apaga la luz. Se vuelve a prender. 


–Oie espera…

–¿Ah?

–¿Está buena tu bicicleta? 

–Sí.

–Bacán. Nos vemos. 

–Chao.

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