Conectar

Hablar con quién te conozca. Hablar para no morir. 

Desear tanto estar solo y de pronto lo logras. Y ahí estás, aterrado como un niño que no crece. Sí, es el lugar más seguro, sin duda, aunque tampoco tan lindo. Lesionas tu vida, te estancas, te detienes. Afecta tus nervios, tu seguridad, tu discreción. Intentas, compites, pierdes. Las personas se van, asumen otras compañías. 

Qué es de la amistad, del amor, de caminar junto por calles despejadas.

Generaciones siderales acercan sus respiros en el espiral. Se conversa, se interactúa. Ves, te deslumbras y ahí te quieres quedar. En esa luz que parece mejorar todos los días. Conectas, te entregas, vuelas. Haces lo que no debes, aquello que no se puede explicar. Atentas contra el régimen mientras tu corazón se agita. Bailas por dentro. Te sientes sobre la tierra. Sonríes sin preguntar.

Todo parece simple, pero es tan difícil.

Carencias, miles de encierros. Actos irracionales. Tal vez cosas buenas, no obstante sin sentido. Te sacan tanto que cuestionas ser valiente. Quisieras escapar, mas no alcanzas a hacerlo. De pronto ya estás en el aire, vas en dirección de la gravedad. Caída libre, como el mejor de los títulos. El miedo recurrente a caer. Sentir que la espalda sale por el pecho, ahogarte y llegar a la paz interior. Si no mueres, te alivias. Si pasas más allá terminas por comprender la verdad. 

Emociones huérfanas, no clandestinas. Debilidad, confusión, abandono. Demandas por oídos y por abrazos. Por mutuo entendimiento. Por hacer la felicidad más allá del ocio. 

Cómo es esto de existir. Esto de ser en conjunto con otra persona.

Queda agradecer, al parecer. Terminar los procesos. Graduarte en el sistema. Ser alguien. Afrontar las dificultades y superar los problemas.

Y qué hay de los roles. De esos papeles que te juegan sorpresas. Que te unen a bellezas indebidas. A seres que de tanto brillo los debes dejar pasar. Aunque llegue a doler después de una despedida. 

Conflictos en las relaciones. Nadie parece entender y ya no es divertido. Ta da lo mismo lo que puedan decir, pero la verdad no tanto. Hay quienes siempre quieren estar solos. Hay otros que no dejarán de molestar. Lo peor es cuando los sentimientos no son mutuos, cuando alguno quiere por ambos o por más personas. Tanta oscilación de estados diferentes. Claro, tenemos miedo de coexistir, sin embargo ahí estamos intentándolo. En un momento eres feliz y repercute en las circunstancias. Y de pronto las ventanas de cemento. A veces las cosas complican y prefieres decir que no.

Qué es eso de ocultarse, de tener que mentir, tener que cuidarse y no mostrarse ante los demás.

Insistir. Eso del aguante, la resistencia, la fortaleza. Pensar, reflexionar, dar tiempo a lo que se tiene que percibir. Atender a las formas positivas. Amor propio. Rebeldía. La sana dosis precisa de superioridad. Y vuelta a los equilibrios. Otra vuelta más al espiral. Por más que uno crezca, nunca hay respuestas. Al menos no de inmediato. Se espera que las haya, que estén aquí esperando ser descubiertas. Que sean como el fuego o como la memoria.

La cosas es que no puedes hablar tanto al universo para que nada suceda. Al final uno termina confiando. Contando con quién se tenga. Hablar y soltar el dolor. Despejar la nube negra y pasar del malestar. Una teoría urbana dice que el estado de tu suerte termina cuando lo traspasas. Creo que recibí algo de oscuridad. Entonces me siento contra las cuerdas, pero moviendo las piernas. Esperando una apertura. Moviendo los hombros de un lado y de otro. Inhalando más profundo de lo normal. Transpirado hasta los huesos. Peleando contra todo porque no se puede dialogar. 

Las vueltas dan calor y movimiento al corazón. No se hace fácil decir adiós. Se recogen los pedazos y se reparten entre las miradas que observan. La intensidad es vital. Decir la verdad. Mirar a los ojos. Enamorarse, inquietarse, ser feliz. 

Qué es eso de la familia. Qué pueden saber del resto de quienes los rodean.

Todos se complican. Todos tenemos cosas que ocultar. Nacemos atribulados y nada dura para siempre.

La ilusión es grande, significativa, difícil de explicar. En un instante no tienes con quien hablar. No tienes a nadie que te entienda. Que oiga sin juzgar y que luego alimente tu experiencia. Si se trata de amor no es en soledad entonces, obvio, si no para qué. Imaginémoslo así: algo se rompe, algo se termina. Quedas en un extenso vacío corporal. Criticas tu ser, te vuelcas a cambiar, quieres ser otro. Conoces a alguien más que aviva una esperanza. Vuelves a ver las mañanas. Vuelven a tener viento las cortinas. Pero no ha cambiado nada. Sigue siendo toda una enorme densidad. Te hastías de ti, de tu propio ser, de tu locura, incluso de tu buena intención. Te hartas de los celos, de la autoridad, de la interrupción de espacios y de amistades. De ceder o no ceder. 

Entonces vagas por el tiempo y los territorios. Te vas a la vez que te recoges. Das vuelta los ojos y retornas al origen. Renaces, reinicias, regeneras. Crees que sí se puede cambiar. Respiras. Vas por tu seguridad y por aquello que te sostiene. Hurgas en tu historia y encuentras cosas bonitas. Viajas, te juegas, dices lo que tienes en mente. Te expresas. Todo es parte de un plan para no ser la calamidad de siempre. Pero nada dura lo que uno quiere. Nada que involucre a más de tu persona. No puedes controlar a alguien más. No está la voluntad de obligar. Se termina, no vale, pierde su defensa. Y alguien más retorna y luego vuelve a terminar. Y retomas y te liquidan y te vuelves a parar. Y así conoces y conoces personas que nunca están en tu vida.

Qué es eso de conectar. Conectar con alguien, no con cualquier persona. Enlazar con quien te puedas reflejar. Conectar porque es bueno. Escuchar, ser escuchado. Abrigarte.

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