El día del sol

Aquella que hace inflar el pecho, esa que hace hablar desde el sentido. Esa es la realidad. 

Situados en un mundo extraño y violento, ajenos a la ignorancia de todo un pueblo mal educado, ahí en medio, entre el viento y sol, dos conocidos dan una vuelta más al espiral que cada tanto los reúne y los abraza. Solo para verse y ser feliz, para hablar de cerca y respirar, para sentir que no están solos, para sonreír y sobrevivir. 

Un recuerdo eterno, un mensaje cauto, la incierta esperanza de verse un rato, de compartir, de mirarse a los ojos y tener un momento maravilloso. Eso que da calor, que divierte, que interesa, asombra y seduce. Los movimientos y la vida del otro. Sus proyectos, los problemas, el legado que construye, lo que hace para ser mejor.

Cómo no atesorar, cómo no ser optimista frente a una persona hermosa, a un rostro que reclama libertad y evolución.

Difícil expresar todo lo bueno que fue ese día, esa tarde pasajera que alcanzó para tres abrazos y un beso cargado de imaginación. El más lindo domingo entre la costa y el cielo. Emoción. 

Qué significa un instante así en la vida diaria. Cómo almacenar la energía de un furtivo encuentro que no es parte de la rutina. Cómo hacer duradero un lapso de veracidad. 

La felicidad parece ser corta. La encuentras y adviertes ansioso su necesidad. Te entregas, sabes que terminará, pero no importa. Nada podrá ocultar los sentimientos que fluyeron, el cúmulo de sensaciones que transitaron en el cuerpo.

Gracias por ese día.

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