Reseña de libro

Lo Real
(2023), Andrés Ibáñez

No suelo escribir de aquello que no sé. Y, la verdad, no sé mucho de poesía. De todos modos, esta vez lo hago en un marco informal, no por eso menos relevante, tal vez menos exigente, pero serio y valorable. Se trata, además, de un escritor local. Un poeta, un profesor, un hombre que anda en moto. Un tipo que parece inofensivo. Sus letras, no tanto.

Esto va de lo que es real. De las preguntas sobre qué es real y qué es lo que existe.

Lo Real (Editorial Sismo, 2023) es la segunda obra de Andrés Ibáñez (la primera fue Al menos había un desierto [Demo Libros, 2019]), creación en la que mezcla distintos géneros de escritura que constituyen en conjunto una obra atrevida y demandante que, al parecer, pretende otorgar voz a aquellos que no la tienen. A los que, de tan reales, puede que estén al margen del poder y las racionalidades.

Es en serio, dice el primer texto, como advirtiendo la realidad de sus gritos, de sus ruegos, preguntándose cómo es posible la realidad en medio de siluetas transpiradas y caminantes, en medio de humanos trashumantes, entre el gris metálico de aceras, concreto y cables.  

Esta realidad es universal. Ha estado desde el inicio, desde los primeros sonidos, los primeros ritmos, los primeros golpes. Una realidad que se construye del entorno y la falta de conciencia, desde la humilde mirada analfabeta de aquel que sueña mirando el cielo y sus luces inalcanzables. Preguntarse por esa realidad hace que esta se construya, entenderla es parte del proceso. O te pliegas o sucumbes. La realidad no es para torpes, sí para gladiadores. Puede que nunca la comprendas. Y no por eso dejarás de enfrentarte a ella. La realidad es como la realidad misma, como la vida, como los aromas, como las heridas. 

La realidad transporta. Permite cambiar de dimensión, posición o conciencia. Está donde estás, pero puede que te saque, te aparte o te destierre. No puedes con la realidad, no puedes controlarla. Va y viene, libre y mordaz. Fugaz, aunque eterna. Bella y sublime, a la vez que infernal. Una realidad tan distante que puede que esté a la vuelta.

Una vez escribí de aquello, de lo real. Llamé realidad al sistema y la historia oficial. Lo supuse una mierda, en rigor una mentira. Asumí que todo lo enseñado como real no lo era. Que había otra realidad. Una realidad subyacente, subvalorada. La base de construcción de mentiras. Una especie de bondad, una indetenible carga de vida sobre la cual se complejizan las mentes y las almas. Sobre la cual algunos se aprovechan y manipulan, otros la perciben y se desentienden, otros la enfrentan y dejan de respirar. 

¿Cómo manifestamos una realidad? –Me pregunto. Ha de ser con una firma, con un juramento, con la fe. Dejando registro de lo que sentimos, objetivando, hablando a destajo o solo pensando para no errar. Creemos que es real cuando es conveniente, obvio, pero lo es igual cuando duele. Y cómo duelen estas letras. Para su autor no es tan mágica realidad, se esfuerza por sonreírle y acariciarla. Como él mismo señala, una vez que creyó terminada su estancia, esta comenzó a golpearse con las murallas. 

Pareciera que la realidad se viste de “encierros tristes”. Es tan hermosa que lleva a cobijar. Es tan  horrible que escapas. Y sin embargo ahí estás. Convenciéndote de que sí es real. Lo haces al menos para que nadie moleste, para no ser disfuncional, para integrarte o para sobrevivir un poco más, antes de que te alcance la absoluta realidad. Aquella que mires a los ojos, cuando esboces tu última sonrisa, la última que tendrás.

El autor nos orienta a captar esta realidad, a que miremos bien, que nos fijemos dónde, cuándo y con quiénes habita esa realidad. Está en muchos lugares, no en todos, pero al menos en los reales. Se hace lluvia entre el sol y el desierto, paradójico. Se hace geometría y física en el cotidiano desconcierto. Se hace duelo en el Asilo y alegría en el amplio despertar natural. Uno lee y se da cuenta. Hay algo de razón en esta realidad. Parece que sí somos culpables. Andrés lo es, bueno, al menos su libro.

Sé dónde estoy:
Estoy en el pozo, en la brillante cueva de la mente, mirando desde arriba cómo desaparece lo torcido, lo que queda entre los dientes; disociado en partes minúsculas, perdido como un pájaro que vuela lento entre antenas satelitales (p.52). 

Al leerlo, conecto, le creo. Hay realidad en los trazos de su imaginación. Hay mañanas que son como las describe y otras que ni siquiera puedo imaginar. De ser real, es objetivo. Al ser subjetivo, también es realidad. Una extraña multiplicidad tiene esta realidad. Temo que permita que cualquier cosa lo sea. Bueno, en el mundo de Andrés no ha de ser tan malo. Fuera de él, no lo sé. Temo al relativismo, al posmodernismo, la posverdad.

Ante eso, mejor este refugio de letras reales. Mejor algo que pueda existir y dejar de serlo soltando las pestañas. El creyente y sus súplicas, en su fe encuentra calma. El suicida y sus dolores, en la muerte obtiene amor. El loco y su hambre, en las calles encuentra su tumba. Todos son reales. Incluso quienes no advierten la realidad.

Este escrito mueve las arenas de las preguntas relevantes, aquellas importantes para las personas reales. Parece una interrogante antigua, pero resulta más que vigente. En un mundo tan extraño y terrible como el actual, ¿qué es real? ¿Lo aparente, lo tangible, lo virtual, lo invisible? ¿Aquello que quema o aquello que apaga la piel? Y entre los cuestionamientos, ¿dónde está el autor de este libro? ¿En qué lugar de esa amplia e interminable realidad? 

Fíjense bien…
… los carteles miran a la gente desde las paredes, desde los techos de la ciudad. Y van a hablar...
van a contarles sobre sus ojos centellantes…
Créanme y miren bien, que están a punto de hablarles… (p.33).

El texto te empuja, hace que vuelvas a mirar las mismas paredes decoloradas, una y otra vez. Hace que rememores, recuerdes, atesores. Te lleva a distintos espacios reales de la vida, preguntándote si fueron así tan reales como aparentan. Por eso es bueno el libro, lo recomiendo. Porque no solo está bien escrito, sino que se arriesga a no ser comprendido, a que cada quien responda como quiera, o como pueda, desde los recovecos de su realidad. Sea cual sea, incluso una realidad inexistente, incluso irreal.

Andrés, como los artistas, es valiente. Escribe y se deja ver. Expone su realidad, sus deseos, elocuencias, significados y sentidos. No oculta nada, ni siquiera lo que siente. Dice –escribe- y difunde. Objetiva y espera a ver qué pasará. Deja un rastro de realidad para quien se incorpore recién a la vida en serio, a la vida de las preguntas, los errores, los aciertos y las caídas. Como la vida, el texto es una fuerte dosis de realidad. Se necesita fortaleza para asumirla, para leerla, para no estar solo, para compartirla con alguien más. 

Esta realidad de Andrés parece más real que las leyes y las fábulas. Se entrega como un gran libro. Es una obra genuina, visceral. Parece espontánea, su escritura, lo es. Pero hay estrategia en su difusión, asumo. Creo que el autor busca un mundo real. O hacer del presente un universo real. Nos quiere hacer pensar, sentir más allá de lo supuesto, de lo sensible, de lo medular. Tal vez nos demos cuenta de que todo aquello que hacemos dista mucho de ser real.

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