El origen de la herida


Apareció de improviso en las calles. En 21, un paseo peatonal donde nos reuníamos con los amigos. Era una mujer hermosa, con ojos grandes y una amplia sonrisa. Picardía camuflada con ternura. Tan bonita, tan simpática, tan atractiva. Claramente foránea. Estaba haciendo sus primeras apariciones en la ciudad y no pasó desapercibida. Su belleza novedosa llamó la atención de todos, incluida la mía. Aunque ella ya estaba saliendo con un papanatas. No tardó nada en encontrar compañía. La entendí y la perdoné en su momento, aunque ella no lo sabía. Con ese nivel de belleza, podía conquistar a cualquiera.

La vi uno o dos días, no recuerdo bien, compartiendo con otras personas. No supe más de ella hasta el final del verano, cuando tuvimos que volver a la escuela.

Empecé en un colegio nuevo. Cualquier cosa podía pasar. Mi papá eligió un colegio pequeño, para no tener problemas, dijo. Entré a tercero medio. Conocía a algunos compañeros. Dejé mis cosas en la sala y salí al patio.

El tiempo pareció detenerse. Su llegada fue repentina. Otra vez, pensé. Nadie la esperaba, al menos yo no. Tampoco mis compañeros. Pero era ella, sin duda, la misma chica de 21. Se veía espectacular con el uniforme. Le quedaba perfecto. Lucía completamente guapa y feliz. Quedé extasiado, nervioso, como poseído por algo mágico. Venía de Santiago y entró a octavo básico.

Poco a poco, nos fuimos haciendo amigos. Menos mal que yo era alto, porque a ella le gustaban los chicos altos. Nos veíamos en el paseo y en el colegio. Ella alteraba los espacios. Yo la miraba con cierta distancia. En esa época, salía con otra chica, Paulina. Habíamos roto meses antes, pero volvimos. Me di cuenta de sus celos con la chica nueva. Personalmente, ya lo había decidido. Era cuestión de tiempo y valentía.

Nos hicimos muy amigos, la verdad. Compartíamos mucho y nos reíamos. Inventábamos canciones y bailes. Nos escribíamos cartas y hablábamos de la vida. Mis amigos comenzaron a molestarme. Esa chica quiere contigo, decían. Yo no estaba tan seguro. Cada uno tenía su 'algo' y la amistad fluía. De todos modos, cada vez que la veía, todo se paraba, internamente y a mi alrededor. Estaba enamorado, comía poco y solo quería verla.

Un día, me declaré mediante una carta. Expresé cuánto me gustaba y que ya no podía aguantar más. Ella respondió. Dijo que sentía lo mismo. Que tenía envidia de mi novia y que nuestra amistad se estaba convirtiendo en algo más. Que estaba complicada, que no sabía qué hacer, que lo habláramos después con más calma.

Esa noche llegué tarde al centro. Ahí estaban todos. Ahí estaba ella, compartiendo, rodeada de hombres hambrientos. No tienen idea, pensaba. Me acerqué a saludar. Ella respondió con un tremendo beso en la boca, ahí, delante de todos. No me pude aguantar, dijo. Yo quedé impactado. Si ya estaba enamorado, no sé en qué estado estaba ahora, pero me sentía levitando. Surgieron gritos, risas e ironías. Me puse rojo y atiné a reír. La tomé de la mano y la llevé a otra banca. Nos besamos nuevamente. Le dije que me esperara, que iba a terminar con Paulina y volvería. Y así fue. Fui a su casa, le hablé, terminé, volví y le pedí a Natalia, la chica hermosa, que fuera mi novia. Dijo que sí. Casi lloré. De calma, nada.

Desde entonces, todo cambió. La vida, el alma y las emociones. No podíamos ser más felices. Jugábamos a pillarnos en la plaza, discutíamos con viejas conservadoras que nos juzgaban por el amor que desprendíamos. No nos podíamos besar en el colegio y lo hacíamos, nos tocábamos en la vía pública. Lo hacíamos en su casa y en la mía. Una maravilla. Bella relación para la primera vez de ambos en todo sentido y contexto. Magia pura, de fábula, de novela.

Bueno, hasta que quedó embarazada.

Fueron solo malas decisiones. Los adultos de la época sin tino. Como si nuestro amor no hubiese sido real. Nos separaron. No nos dejaron vernos más. En mi casa ni me prestaron atención. Es tu problema, escuché decir. A ella se la llevaron a otra ciudad. Sí, éramos jóvenes, menores de edad. Sin embargo, no era para tanta vergüenza, humillación y decadencia. Nos amábamos. Deberían haberse dado cuenta. Todo mal.

Pasaron once años sin verlas. A ellas, ella y mi hija. Fruto de esa hermosa y temprana relación. Nada podía detener el curso de la naturaleza. Ya estábamos grandes, profesionales, independientes y estables. Lo primero que pensé es que nunca terminamos. Fue una separación forzada que hasta ahora, en mi corazón, no logro resolver. Ya todos somos grandes. Han pasado otras personas y han nacido nuevas. Siempre fue esa mi familia. Ellas dos y mi orgullosa sonrisa. Así debió ser. No un sueño, sino real. Espero enmendarlo en esta o en otras vidas.

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