Distractivos desapegos
Cultivo el egoísmo, no como un vicio, sino como una flor que florece en la independencia, en un jardín de soledad serena.
Creo un espacio libre, un mundo amable que acoge como un abrazo, donde las culpas se desvanecen como niebla al amanecer, y los juicios son solo ecos que se pierden en la distancia.
Aquí, nada es claro, y menos aún correcto; todo se disuelve en un mar de incertidumbres, donde la moral se estira como un suspiro largo y los valores se transforman, flotando como hojas en el viento.
No me pregunto si está mal o bien, pues no creo en dualidades, sino en la danza infinita de múltiples vientos.
No busco orientación; recibo lo que doy, y en ese intercambio, el respeto se convierte en un lenguaje compartido, profundo, ni tan lento.