Este dolor extraño. Extraño dolor, la verdad. No parece físico, sino de otro lugar. Aparece sin razón; va y viene. Se manifiesta de forma degradante. Provoca cambios de personalidad. Es un daño indigno, atípico, pulverizante. Ajeno y desconcertante. Una señal que no sé hacia dónde va, pero que se hace escuchar. Atraviesa como una navaja. Parece un cálculo en la moral y el corazón. Algo realmente grande que dejar atrás. Un peso infartante: culpas, memorias, incumplimientos; miserias o virtudes, según la posición.
Y ahora, ¿qué?
Cómo mejorar sin dinero.
Cómo sanar sin compañía.
Cómo sostener una buena racha por más de tres días.
Molestias y más torturas: los costos de la búsqueda honesta, de la vida franca y particular. Soplos de soledad, de calurosa incomprensión. Destellos de preguntas inquietas y opiniones desafiantes. Crecer con menos literatura y más televisión. Ser incómodo, serio y determinante. Errar mucho y actuar por obligación.
Este dolor está en todas partes. Sube por las manos, entra en los órganos, se aloja en la espalda. Duerme entre la piel y la felicidad. Creo que busca una salida. Mueve sus brazos antes de apagarse.
Cómo duele.
Puta que duele, la verdad.
Termina con los días y alarga las noches. Hace temer dormir, cerrar los ojos y seguir así. Hace recordar viejas sombras y oraciones. Paganas formas de fuerza y emoción; aquellas que, se asume, mueven las cosas.