Extraño optimismo


Dentro del agua rogaba equilibrio. Hablé en serio con el origen, moderado por el mar.
Sé cuán bien está todo. Precisamente por eso, quiero cegar cualquier extremo. Sé bien cómo luego se pone todo: el espiral no se detiene, solo construye su curso.
Nada puede romperse por estar bien o mal. El miedo ha sido superado. Para eso se entrena.
Basta de dualidades, de juicios, de dichos y mitos. Presente y ya. Valiente y puro. Con suave brisa o con violentos terremotos.
Nadie, en rigor, lo entiende todo, y mucho menos podría explicarlo.
Hay una verdad, creo, que no está en ningún texto. Puede que inalcanzable, por cierto, pero está inserta en la mirada, como una bella noche estrellada.
Apelar a la transparencia libera. Descomprime la moral. Nada está escrito si no ha sido dicho y acordado.
Una vez entrelazadas las manos, algo debe perdurar.
No más errores no forzados. Algo tiene que cambiar.
Lo escribiría en una pared, o en la piel, como un símbolo de compromiso: un lazo de amor que no destruya individualidades, que permita ser tal cual somos y donde todo pueda ser conversado.
Amar ha de ser entrelazar caminos sin borrar huellas. Sostener pulsos de uno y de otro. Despertar bien cada día, incluso cuando tiemble, algo se rompa o salga mal. 
Extraño optimismo, ese, que observa desde lejos.