Ajustó su ropa cuidadosamente para no revelar demasiado. Lo hizo con particular sensualidad. Morena, no muy alta, de curvas amplias y suaves. Joven, hermosa, sonriente. Tras el cruce de miradas, desvió los ojos al vacío. Fue un goce el despliegue de su frescura.
Estando justo de frente, en la calle, entrando al edificio, advertí que no era el único deslumbrado: había tres personas más, dos hombres y una mujer, igualmente cautivados. Un instante suspendido de belleza y naturalidad, de estética espontánea.
Nadie pronunció palabra. Los ojos, siempre transparentes, hablaron.