Quiero avanzar, pero no hay disciplina.
Terminaré siendo el mismo:
aquel que piensa cómo mejorar,
que yerra, se enoja, se refugia en la ironía.
Quiero amar y no encuentro valentía.
No hay pasión, ni hidalguía.
Seré esa persona en soledad,
viendo de lejos la alegría.
Tal vez caiga y cierre una herida,
moje mi cuerpo y despierte la energía,
el optimismo que acompañó aquel día:
el del primer llanto, la primera bebida.
He sido incógnita y enigma,
nada claro, nada construido, nada que delegar.
He sido letras significativas,
pero incapaces de recibir a los demás.
Sigo siendo —e irrita, espanta, enferma—,
aunque entretiene, encanta, dinamiza.
Estoy en un estado incierto.
Intento definir, intento recordar.
Seguiré buscando opciones, mi lugar.
Amaré hasta que termine de respirar.
Seré tierra o cielo para vidas maravillosas:
sonrisas y miradas que se quedarán.
No veo fin, no recuerdo el inicio.
De pronto estuve: tuve que moverme, hablar, escribir.
Aprender a no recibir órdenes ni ataques,
a decidir por mí, a seguir la intuición.
Entonces, heme aquí.
Sigo, estoy, siento. Escribo y me tenso.
Algo fluye por dentro:
algo que quiero atesorar y sostener.
Qué será eso que no entiendo.
Nunca es solo reír o solo llorar.
Es algo entre todos los instantes, los momentos:
un presente, un regalo que no se puede descifrar.