Sexo sin amor


No diré que el sexo sin amor es un vacío.

El sexo es amor, o al menos una dimensión del mismo.


Me pregunto, más bien, cómo quiero vivir, qué quiero sentir o cómo orientarlo, si es posible.

Cuán válido es errar, enredarse, avergonzarse y no poder conectar.

Cómo calmar tanta forma de definirlo, tan incómodo que es.


Qué hay de eso, de cuando alguien no se entrega.

Se encierra y, de una u otra manera, no se dispone como compañía.


Qué mala forma, absurda y patética, de proceder.

Extrañamente incomprensible.

Difícil de explicar y, más aún, de sostener.


Ha quedado el respiro enterrado bajo el suelo.

Sobreviene un invierno de esos de adolescente.

Una estupidez, aunque real, de la actualidad.


No tengo explicación, pero debo.

Tengo que entender por qué, a veces, ciertas personas afines no terminan de estallar.


Se desintegra, se desarma, cae, se golpea y se rompe.

Barre con todo. Se apodera de la voluntad.

¿O es esa, más bien, la voluntad?


Las calles lo llaman sabotaje.

Algunos separan la mente del cuerpo, y otros no.

Una suerte de paso en falso fatal.

Inmensa caída.


Destierro.

Resabios de locuras antiguas.

Destellos de infección mental que emergen a cambiarlo todo.


Lo último:

por qué, a veces, donde se supone que existe un lazo,

se genera la más torpe de las rupturas,

una artimaña que esconde heridas existenciales.