Ella, una mujer alta y delgada. Joven. Siempre preocupada de no verse delgada en exceso. Cada tanto recurría al médico para engordar. Y, en realidad, para una úlcera, para la anemia, para el colon, para cálculos y para los nervios. Odiaba su predisposición a la enfermedad y sus vómitos de –al parecer- todas las mañanas. A veces, cuando las pastillas para el apetito hacían efecto, ella ensanchaba sus piernas y sus caderas. Eso la ponía contenta. La entusiasmaba. Se daba vueltas por la casa viéndose bonita. Y, la verdad, sí lo era, pero… A veces, otros niños y jóvenes del sector la molestaban. Eso en mí creaba distancias. No entendía yo su nueva vida luego de la separación. Ahora ella disfrutaba de los piropos y la soltería. Salía y hasta tomaba alcohol. Se puso a carretear. Sacó esa especie de segundo aire, segunda juventud, otra parte de su vida. En ocasiones sentía que era su rival. Como que competíamos. A veces la importunaba. Le molestaba que estuviera, que existiera. Le caía ...