Estrepitosas caídas


Se gustaban. Atravesaban una crisis, además. Una extraña sensación de soledad, más bien un estado de presión social. Pareció una relación destinada a fracasar: intentos forzosos de personas heridas, mentes confusas, perdidas, nunca apostando del todo. Siempre bajo conveniencia para hacer o dejar pasar. Indecisiones pasajeras, lenta apertura incierta a un amor intermitente. Luz tenue, inestable, que conecta y desconecta. Sin buenas razones para perdurar.

Frente a aquellas curvas bajas, entre otros rostros y otras calles, los espirales oscilan en danzas perfectas, llevando a encontrar miradas adictivas. Cuerpos altos, fuertes personalidades, un complemento de fuego para corazones rebeldes. Causas por las cuales no se deja de luchar. Espaldas tersas en delgadas líneas perfectas, la elegante lascivia de quienes no temen, de quienes abordan con intención de impactar, quienes arden bajo las estrellas.

No todo es funcional. A veces no es pauta social. Los impulsos son verdaderos, doblan los espacios y generan hendidas. Abren el cielo. Ofertan fugas y transgresiones, cómodos lechos de libertad. Aquellos de los cuales requieren responsables, humanos directos sin miedo a perder. ¿Acaso nunca seremos plenos? ¿Nunca tendremos un hogar? Son entierros de reinos ajenos, traspasos de carencia genealógica. Lágrimas, gritos, desbordes, acciones que erosionan la confianza, se alejan de la valentía, de la franqueza.

Hay quienes se buscan y no se encuentran. Hay quienes buscan cualquier cosa, lo que sea. Están aquellos a quienes buscan, quienes pueden mirar a las masas indefensas, que abren y cierran como enigmas, como si fueran dueños de la belleza. Quemarán sus cuerpos bajo el agua, verán sus partes esparcidas por las veredas. Nadie recordará sus versos y sus cartas, las palabras nobles o las heroicas epopeyas. Serán una sonrisa más en la mesa, en las almas de una familia constituida, de bien, normal.

Miraban desde lo alto. Tenían el viento de entrada, en las manos, el pecho, la cara. Cientos de pupilas dilatadas, ríos de brillante plasma líquido, cabezas cayendo desde morros, puentes, rascacielos. Desde las grandes olas a un arenoso aporreo, tragando agua por los ombligos, sin reconocer el horizonte, sin sentir las piernas, sin ver la playa. Como en medio de algo. Con peso en sus cuerpos y sus almas, llenos de intensa satisfacción. Ya sin vida, rodeados de historia, ahora como leyendas.

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