El primero
Avanzamos o caemos, a veces raudos, a veces lentos,
mientras los nervios devoran por dentro,
y la grasa sella arterias como secretos mal guardados.
Las uñas desgarran la piel,
y los pies bailan en un vaivén frenético,
mientras la mente no cesa de pensar.
El sueño, ese amigo esquivo,
se marcha, dejando a los deseos como único refugio.
Siempre hay un rumbo, un pulso inevitable.
Como las mareas que acarician y devoran,
como el aliento que se ofrece y se retira,
como el latido que nos recuerda que estamos vivos.
Hubo quienes sucumbieron al peso del tiempo,
quienes levantaron imperios sobre huesos silenciados.
Algunos soñaron con cambiar el mundo;
otros, simplemente, lo resistieron.
De la tierra, siempre húmeda de memorias,
surgían nuevas vidas, tan primigenias como el alba.
¿Y nosotros?
¿Cuándo respiramos profundo y hallamos sosiego?
¿Cuándo, si acaso, sentimos plenitud?
Las preguntas son un río interminable,
sabemos que su cauce nos lleva hacia la muerte.
Pero, ¿y los sueños?
¿Se cumplen realmente?
¿Vivimos de verdad lo que deseamos,
o simplemente seguimos el guion que otros escribieron?
¿Todos tienen un norte, una promesa que cumplir?
¿O habrá quienes vagan, suspendidos en el limbo del ser?
¿Hay alguien que respire,
pero no viva?
Alguien que no sepa si temer o esperar,
si dejarse llevar por el instinto, la razón o el miedo.
Es intrigante pensar:
¿cuándo crecemos hasta sentirnos completos?
¿Cuándo llega ese momento
de vivir sin titubeos, de actuar con certeza?
¿Cómo se logra ordenar el caos,
planificar la vida,
ser disciplinado y, al mismo tiempo, bueno?
Nunca supimos si éramos jóvenes o viejos,
si un ciclo comenzaba o llegaba a su fin.
Nos mirábamos al espejo:
el reflejo siempre era el mismo,
un rostro cargado de esperanza,
un sobreviviente.
Cumplir roles,
ser parte de algo,
aceptar el desafío y agotarse en el intento.
Para algunos, vivir es simplemente eso: vivir.
Para otros, es un infierno lleno de pruebas.
Entre caídas y pequeñas victorias,
seguimos aquí.
Haciéndolo.