La construcción de la valentía


De alguna forma, la manera en la que vivo es la que siempre quise o, al menos, imaginé. No del todo completa, pero sí orientada en una dirección. Hay costos en la soledad y el sinsentido, en el debate moral y la apertura a los cambios. Eso del desapego incomoda a muchas personas. Eso de prejuiciar es una práctica habitual. Entiendo que existan tipificaciones, pero solo debiesen ser descriptivas, nada más.
Sentir que, a la vez, no soy nada no parece tan irracional. Resulta sano, incluso, recordarme como uno más, incluirme en esto de habitar. Ser lo que siempre quise, solo para mí y para nadie más. Hay algo de orgullo, aunque también una fuerte crítica personal. Todo podría ser distinto, todo podría mejorar. Todo puede caer, pero puede volver a empezar.
Vivir en serio. Algo como eso. Pensarse a sí mismo en terreno neutral, con enfoque crítico y afán de fortalecimiento. No dejar de entrenar, no dejar de expresar, mantener una especie de particularidad. Ser una verdad sin que importe la evidencia. Más bien ética que empírica. Más bien una forma de ser que una forma de actuar.
Aun con todo, quiero conectar, busco conectar, busco hacerlo. He de reconocerlo. La conexión es vital. La multiplicidad es el pulso de las corrientes. La autonomía puede ser escuchada, puede ir a una plaza y conversar. La existencia no es individual. Esa red es la arena necesaria. Es el sitial de la guerra, el reconocimiento, la nobleza.
El solo acto genuino crea legitimidad. Es válido dejar registro. Es casi un mandato generacional. Todo aquel debiese reportar algo de su tiempo, de su lugar. Objetivar con amor un acto representativo. Dar cuenta de sus males, virtudes, vergüenzas. De una biografía situada, políticamente estafada, pertinentemente imperfecta.
Busco mi voz. Conforme exploro, la imagino y la diseño. Elijo creer tenerla. Asumo que en algún lado está. Debo estar preparado para ella: para su arribo, convicciones y tormentos. Entrenar se torna amplio, todo un horizonte de instintos. No se trata solo del cuerpo, sino de ese todo que brilla. Practicar la metáfora. Perder el temor a la vida.
Ver cómo reluce la ciudad en el agua, sobre la arena. Sentir miedo entre las olas. Tener un encuentro con el mar. Observar el sol y ver los ruegos marchando al horizonte. Llenar el cuerpo de sal y tiznar la visión color naranja. Acto de fe, salud y bondad. Rutina energética que sopla el presente. Tensiona, protege, hace crecer, perdurar.
La voluntad graba la importancia. Quien no conecte en su vida, se lo pierde. Se la pierde. La hipótesis asume que conectar exige la verdad, y esta exige ser valiente. Entrenar deviene en perder el temor, entonces. En sonreír con elegancia entre las cuerdas, rodando sobre rocas, recibiendo golpes, ofensas, degradación. En ser feliz y respirar con calma. Ahora y cuando ya no se pueda.