Cómo empiezo.
Estoy bien, sigo aquí, sigo vivo.
Aún golpeado, pero lúcido, bien.
Choqué. Cai, azoté, tuve un accidente.
No me mató, pero cambió los planes.
Fue algo repentino, la verdad. Aunque tenía la horrible sensación de que podía pasar.
Pero, ¿de esta forma? ¿Así tan grave, tan grande, inmensa como una vuelta de espiral, una especie de ciclo en el movimiento? No, así no lo esperaba.
Fue un golpe de aire, de viento, de energía. Una especie de muerte subliminal. Agua helada sobre el cuerpo. Fuego en las pupilas. No supe qué hacer. Solo dejé salir mi instinto.
Y aquí estoy. Respiro.
No estoy feliz, solo sigo vivo.
Nada que celebrar. No estaba en pauta volcarse.
Aunque déjenme decir, no me salí del camino.
Es raro estrellarse. Se ven las estrellas, es verdad. Hace que morir sea bonito.
Es extraño. Se vierte verguenza, pena, rabia, dolor.
Pierdes la confianza en los espacios, en las personas, en sus actos inconcientes.
Vuelves a una vida sin interacción.
Un refugio que ya no es tan lindo ni tan seguro.
Preferirías haber terminado bien este día. No es un hospital neuronal.
Aunque aún con vida.
Otra oportunidad.
¿De qué?
De amar.