Sparring (2da edición)


Hola. Han sido días de mucho sol. Ni te cuento el calor: tremendo. Parece que el cielo estuviese encerrado. Y está todo tan revuelto… Todos andan enojados.

Bueno, mira. La cosa es así. Como suele ser común, podríamos decir que la vida es perfecta, ¿verdad? ¿Quién es uno para escapar de sus corrientes y tormentas? Menos aún de sus colores y alegrías. El amor ha de ser una energía que se mueve y regresa, de tanto en tanto, para recordarnos qué es ser de verdad.

Me pasa que, en ciertas noches, corre un viento muy rápido que me despeja el rostro y me hace recordarte en el horizonte. A veces, también, mirando las estrellas. Mis ojos fulguran. Me sobrevienen la pasión y la paz.

Hace un tiempo empecé a entrenar boxeo. Me creo boxeador. O sea, lo intento. Todo un proceso. Asumo el rol. Es un gran deporte y un gran ejercicio de acondicionamiento. Le da sentido a la furia diaria contra el sistema. Es como una danza de fuerza y estrategia. Cabeza, hombros, cadera, manos y pies. En cada golpe no solo va energía, sino la existencia misma de la persona: experiencias, imágenes de vida, significados, recuerdos, caricias. Un golpe como un golpe al corazón. Es genial, motivante y adictivo. No se trata solo de pelear, sino de perder el temor a la vida. De estar preparado para ella.

Y entonces, justo en mi primer sparring, luego de meses de entrenamiento, me toca enfrentar a tu hermano. ¡Wow! No lo creía, pero sí: mi primer sparring, y contra el hermano de mi gran amor. Un boxeador serio, real, con trayectoria. Con más peso, fuerza y tradición deportiva. Y, además, el hermano de mi amor. 

Se me hizo increíble, pero más que nada, significativo. Lo asumí con estoicismo y dignidad. Sonreí, entre alterado y nervioso. “Si he de ser golpeado, que lo haga el hermano de mi ex”, pensé. Puede que así expíe alguna de mis culpas. ¿Quién, sino alguien con tu apellido, podría pegarme? Se me hizo hasta obvio. Sublime, aunque letal.

Sonó la campana. Tenso silencio. Juego de piernas. Segundos de estudio. Un leve acercamiento para cruzar las primeras manos. En un momento me sentí confiado. Me sentía bien. Estaba bien parado y respiraba tranquilo. Solo debía replicar lo trabajado. Tenía buena visual, más altura y, por ende, mayor distancia. Esa fue mi reflexión. Avancé. Jabié y, en un movimiento repentino, lancé un derechazo: recto, rápido y pesado, medianamente certero. Pero acto seguido, recibí una tremenda derecha cruzada, certerísima, seria y en propiedad. Un combo de esos que hacen entender a una persona. De esos que te cambian la vida.

El golpe salió de la nada, llegó por el lado izquierdo del rostro, pero dolió en el derecho. Conectó ambas partes del cráneo. Como que algo se desencajó: hueso, nervio, qué sé yo… Bestial. Movió todo por dentro. Sin embargo, entre la conmoción y el mareo, mis pensamientos estaban contigo, y mis piernas, firmes en el suelo. Solo de ti podría aceptar una paliza como esa. De alguien que te represente, en este caso. Es coherente con lo que yo espero de la vida. No que te saquen la chucha, sino que sea un honor y tenga un sentido existencial. Fue significativo que el primer sparring fuera contra tu hermano. Justo él: tu hermano boxeador.

Fue un round difícil, eterno y agotador. Tres minutos que parecieron años. Momentos en los que pude ver plazas, playas, balcones, paisajes, y una enorme sonrisa a un costado. Sentí tu aroma. Se mezclaron colores dorados con fuertes rojos, verdes y azules. Atardeceres de mar y desierto. Imágenes que acompañaban la música inserta en nuestra vida juntos. Nuestra banda sonora de amor y nostalgia. Los golpes más hermosos que todo hombre quiere recibir. Una función nocturna de remembranza. Mientras esquivaba, podía ver tu rostro, tus ojos, tu boca. Escuchaba tu voz y tu risa. Hubo matices. Recordé rabias y alegrías. Una izquierda al hígado me llevó directo a nuestros últimos días. Estuve ahogado, herido, angustiado, pero feliz de acordarme de ti. Orgulloso de tenerte presente, aun cuando fuese en ese estado.

Para tu tranquilidad y regocijo: perdí el round. Obvio. Aunque gané en experiencia y amor a la vida. Pude enfrentar, sin caer, el impacto que genera tu existencia. La amplitud y la fiereza de tu energía. Di todo —antes y ahora— por ti. Fui yo batallando frente a parte de tu familia. Noble, notable, fundamental. No podía ser de otra manera. Así se recuerda a quien se ama: dando cara, peleando, subiendo las manos, poniéndose en guardia. Expresando en movimiento todo lo que significa una persona en la vida de otra. Lo que tú significas. Una corriente que porta la sangre y las lágrimas, el fuego y la luz. Momentos que duelen, encienden y dan felicidad.