Dimensiones del amor


El amor es emocionante. Hay mucho que decir: son demasiadas cosas entrelazadas.

El amor, tan hermosamente amplio y universal. Tan, a veces, encadenado, normal y encapsulado.

El amor se expande en la percepción de los intuitivos: seres que leen el cosmos y dialogan con él, que conectan con sabidurías dispersas. Habitan una vibración capaz de equilibrar sus rupturas, libertades y búsquedas. Tienen la fortaleza para asumir sus propias disfunciones. Una forma sana de existir. Brillan, vuelan, viajan. Crean, aprenden, estudian. Su reflexión es veloz, punzante, trascendente. Torcen la norma al tiempo que embellecen el sistema.

Llevan luz propia, van de paso y rara vez se les comprende. Se les juzga, quizá, hasta que asoman sus ojos y, en ellos, su bondad. Son seres individuales, duales, trivalentes; poliexistentes en tiempos y espacios diferentes. Personas hermosas que despliegan pasión, que esculpen sus cuerpos con emoción. Desnudan y aman con transparencia. Celebran la vida, se dan un festín con ella.

La vida y sus feroces implicancias. Los múltiples efectos de abrirse con pasión y fortaleza. Bellas decisiones históricas. Odiseas vestidas de heroicas historietas. Arte tan rebelde que no envejece; más bien resuena en expresiones espontáneas, esas que perduran dado el significado de su creación. Cosas grandes que, en ocasiones, no alcanzan solo para una persona: deben ser creadas por dos, tal vez tres. Una especie de fusión explosiva, expansiva, poderosa. Una alianza con base en respeto y admiración. Con la verdad ante todo, tal cual heroínas de ficción y no ficción. Un desafío constante para personajes reales: la sociedad y sus malestares.

El amor es determinante. Asume consecuencias de rupturas y supuestas anormalidades. Enlaza vidas vibrantes, genuinas, cautivantes. Transparentes, resilientes, intimidantes. No para cualquier persona, claramente, sino para seres especiales. Incomprendidos, quizás. Esos que siguen adelante, cada cual con sus virtudes, la brillantez de sus mentes, sus almas y sus voluntades. Sublimes, capaces de no rendirse, de vivir con nobleza y convicción. Rompiendo esquemas mentales, cívicos, sociales. Enfrentando las reacciones de su saludable regocijo.

Complicaciones ha de haber. Algunos no pueden siquiera consigo mismos. No todos transparentan con arrojo y gallardía. No todos son en presente, como siempre. Hay quienes habitan conglomerados algo recluidos, espacios públicos atrapados por agentes estatales, religiosos, escolares. Un marco de poder y de moral. Cerrojo que coarta, que persigue a quienes se enamoran y aman sin dudar. Hacen sus vidas, hogares, familias, rutinas, dramas domésticos y sacrificios laborales. Viven y aportan desde su esencia. Pero claro, siempre hay una vecina (vieja qla). Alguien que vio, escuchó o inventó una noticia. Y habiendo vecinas, hay barrios, posturas, juicios y creencias; tal vez máscaras, cadenas o la Biblia que todo lo condena.

Hay pureza, paz e integridad en el gusto, en el deseo. El buen traspaso de energía. Apego y entrega sin tapujos ideológicos, menos religiosos o sociales. El juego y la exploración disruptiva; más que peligrosa, cautivante. Excitante, a veces delirante. Siempre exclusiva, íntima, alucinante. Estética y compartida. Ajena a los celos, la desconfianza, la imposición: caldo tóxico de cultivo que no forma instituciones, sino individuos hipócritas. 

Cómo vivir mal, entonces, siendo tan simple: algo entre amar, ser libres, felices, reales. Hablar, hacer, entregar, recibir, soltar. Sumirnos en roles y tensiones tan cómodas como fundamentales. Placenteras, cuidadosas, creativas. Hacer arte con la propia vida, en presente, creando una fábula que nos protege, que nos hace vivir bien, en sintonía. Nos haría mejores, en general. Sería otra energía colectiva. Menos conflictos, menos medicamentos, quizás.