Decisión de una vida dañada
Soledad que llevas como virtud cierto encanto cuando te presentas. Sonriendo, con la ironía de tu vida guiando cada paso de tus pies. Ahora estás de mi lado. Estás abrazada a mi voluntad de optar, de dudar y luego decidir. La última vez que oí tu voz, supe que nunca más daría con el aroma de tu cuello ni la belleza de tus ojos a medio cerrar. Nada de lo dicho llegó pleno a mi corazón. Sólo advertí un juego de roles sociales. Un comportamiento de amigos en medio de la vergüenza de aceptar que a veces se puede necesitar a alguien. A alguien en particular. No llamé a tu vida cuando no escuché la necesidad de mi existencia. No busqué tu calor de la espalda porque al dar con tu voz, ésta no entregó la pasión que mi oído demandaba. Y todo eso es la incapacidad de amar. De extrañar y reconocer que se extraña. De clamar en medio de espectros medio urbanos y medio emocionales la presencia de una vida, tal vez de una persona, tal vez de un estado natural que nunca te abandonara. Nada pue