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Mostrando entradas de 2017

El viaje del curso

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Algo borrachos, volados, bailando juntos, se abrazaron y besaron lentamente. Fue un momento maravilloso, un ápice de emoción. La música suave, luces bajas, láser de colores. Humo, sudor y una creciente pasión. Un poema de amor en tiempos individuales. Una isla formada por volcanes entre la juerga adolescente que repletó el lugar. No se soltaron más, nunca más. Estuvieron juntos todo el tiempo besándose en distintos rincones. Conocieron su aliento, su olor, los pliegues del cuerpo. Hacían planes mientras se reían de ellos mismos, no cabían en la sorpresa, estaban enamorados, querían hacer el amor. Iban por cerveza, marihuana y se apartaban de los demás. Fue una gran noche, una de esas soñadas, difíciles de olvidar. Sus rostros dibujaban una sonrisa involuntaria y mucho brillo en los ojos. Al irse disfrutaban del bullying grupal del resto de compañeros, no esperaban siquiera que entendieran su naciente amor. Iban todos caminando, pero se sentían ellos solos. De vuelta en

Existencia telúrica

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Sensibilidades heridas Sueños desgarrados Historia común y existencia ancestral Senderos de roca y tierra que cayeron despedazados Todos luchando desde que pudieron despertar Sensibilidades intactas que no existen No se ven, nadie sabe dónde están Sensibilidades por una tierra duradera Por una vida plena Por la necesaria libertad de la tristeza. Somos todos seres heridos Lo estamos Nada podemos hacer, sino vivir e intentar sanar ¿Será que esa herida nos reúne, nos convoca? ¿Será esa desgarradura total la única forma de integrar? ¿Cuántas catástrofes más podremos soportar? Estamos sobrepasados por las tinieblas Una ciudad no puede soportar dos sacudidas Menos aún con un día de diferencia

Lo que dan por muerto

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Soy hombre y un objeto, una unidad, un sentido Soy lo que dan por muerto, ido, acabado, interfecto Bestial y acongojado, desbocado pordiosero Hedonista, egoísta, un tipejo Sensible y cariñoso amuleto Un ser sin destino, sin tiempo, sin respeto Un ser que nace en su inmolación y entierro   Sobre camas, pisos, muebles movedizos y honestos Dejando en cada espacio algo del cuerpo Un recoveco estético, ético y siniestro Muerto en lento sendero ontogenético Soy quien no quiero y no puedo dejar de serlo Soy de aquellos seres que no protejo Y así es durmiendo sin miedo, con o sin techo Solo porque así lo quiero, respirando, absuelto Con o sin orden, descanso a veces sin sesos Soy como uno que aguarda el fin de los tiempos La destrucción del odio, del corazón, del universo Soy uno más de miles de encierros Lo que dan por muerto Todo lo que pudo ser un gran sueño Soy hijo de un destierro, padre de un impulso violento Un ser sin rostro, sin mor

Hampa familiar

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Una vez adentro, solo, sentado, miraba el espacio chico de esa camioneta hedionda y mal cuidada. Había rastros de sangre, escupos, orina y otras basuras. Pensó en todos los seres que habían estado ahí tal cual él ahora. Tal vez alguno fue un maleante famoso. Miró por una ventanilla y captó que el vehículo estaba dando vueltas. Habían vuelto al mismo lugar. De pronto frenaron, abrieron la puerta y entraron esposados el señor de las paltas (y los motes) y su hijo, un incipiente ‘choro’ local. Todo mal. El hijo era flaco y chico, parecía jinete o rider de motociclismo, pero maltratado por la vida. Hecho mierda en realidad. Era algo así como ‘lo que botó la ola’. O sea, un huevón mal. Parecía orco, gárgola o insecto, pero del infierno. Muy a mal traer. Era pastero, desertor escolar y delincuente. Tenía un aliento asqueroso y estaba completamente sucio. El señor se sentó al lado y el hijo –la rata- en frente. El señor éste, el papá, el vendedor de paltas, ése no, ése era