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Mostrando entradas de enero, 2011

LA FAMILY

Dispusiste hablar de la parentela cuando ésta se hizo presente. Cuando en días anteriores habías pensado en ella. En su origen y su diversidad. En los incondicionales que guarda. En esos que se extrañan. Una visión de pedazos de pensamiento. Como una nebulosa claridad. Solo ayer la cabeza se fue a sus tierras. A los aromas de sus aves cazadas a escopeta. Y hasta lo pudiste soñar. Ver en la oscuridad con el ahorro de la mirada. Y se vino al frente una parte de la familia. Un trozo de origen intermitente. Aquello que para ti es la vida anterior de quienes te criaron. Una insignificante cabeza de la especie. Al menos padre de un clan que lo quiere y no lo respeta. “Ese era un abuelo sin rastro anterior”. Hijo de un padre alto y fortachón. Que de él sólo brillaba en la historia su muerte. La más sangrienta en el pueblo de las vacas, de los chanchos, las abejas. Atravesado por chuzo hasta la espalda. Dejó su saliva en la carretera del tren. El abuelo de los sacos de intolerancia.

El Árbol

Nieto de –por un lado- testarudo y medio alcohólico espécimen de sociedad rural. Golpeador de mujeres y eventual futbolista. Padre de ocho; no sin sospechas. Comerciante de la fruta y las cajas con verduras. Choro, guapo, cabrón. Bueno para los combos y para el vino. Por el otro. Irreverente bailarín de casa de remolienda. Ejemplar chistoso de simpático transitar. Comerciante y pintoresco. Gigoló urbano de fácil sonrisa y enorme irresponsabilidad. Padre de hembras y un macho y quién sabe más. Casado con dos. Muerto por una o bajo su alero. De abuela –una de ellas- ausente y anónima. Mujer del sur sin vida de familia. Escapada y allegada. Urbana de carácter tenaz. Silente dama de ocultas historietas. De ancha nariz heredada al varón de su prole. El niño que habría de quemar. Y abandonar. La otra. Irónica tipa ruda y deportista. De pasado crítico. Asolada por los golpes y el desamor. Chofer de camionetas y transportista de manzanas. Madre de nueve con uno muerto en el camino. Alegr

De la mente de majestades

‘No dejes caer hoy la luz del sol’. O algo así. Así está escrito en la agenda de una princesa. Una afirmación imposible. Una luz que no depende de nosotros. Que es reflejo de un mero-mero; guapo entre guapos; cósmico hampón. Su majestad el Sol. De todas formas subjetivamos la luz del sol. Internalizamos los mandatos químicos de sus opiniones ultravioletas. Así las dejamos dentro del cuerpo. La piel crece con ella. Socializamos el carbón con la sangre del agua. Habitamos en ella. Aquella es la luz que no tiene que caer. La invisibilidad que ilumina una persona. Que la hace reflejar. Que en gramos se pierde cuando el respiro se aquieta. Que su majestad lleva dentro: el Sol y la Princesa. Si hasta parecidos son en su belleza. El Sol y la Princesa. El dios genuino en la mente de la realeza. Como han de ser ambos, siendo realidad. Ella lo aclama como fuente de energía. Y su libertad aquello representa. Dado que el sol cuando ilumina hace resucitar las plantas. Y todos buscamos renacer

Natasha haciendo ejercicios

Bajaba las escaleras cuando me detuvo el pequeño señor. Y con él tuve una seria conversación. Insistió en que yo debía encargarme de su reclamo. Y entonces oí su demanda con atención. Atendí su prédica más allá de los esperados minutos. Y en silencio mirando a los ojos salí de ahí. Sin aniquilar aún más su disfunción. Abrí la puerta entreabierta. Y junto al viento sobre los ojos un rostro delicado y sudoroso accedió. Dejando mis brazos sin fuerza para exclamar algo. Mis ojos abiertos como frente a una ola del mar. La cabeza tratando de no saturar sus divagaciones. El corazón reclamando. Y el resto del cuerpo en completa felicidad. Música en sus oídos. Un rojo tenue en su cara. Su piel blanca bajo el sol; linda y tostada. ¡Acompañada de una mujer a quien no logro recordar! Su cuerpo hermoso, pequeño y apurado. Esparciendo alegría en el seco suelo de la urbe. Geniales zapatillas. Una estampa exquisita para trotar. Una dama agasajando su figura. Una mujer que cuida de ella. Que crece

Estampida

Cada bocanada de humo se lleva una herida más. Siempre parte de ese humo adentro se queda. Recorre los recovecos de la vida interna. Y hace de la conciencia un monte para recordar. Pienso y asumo la miseria de mi alma. La realidad de un desconocido dolor. Pero que se presenta como eterno. Sé que sigo sin entender de qué se trata la existencia. Ira. Distancia y ansiedad. Llevo en este lapso una plena infelicidad. Incomprensión ciega de todo lo que rodea. De todo humano que también habita el espacio. Y entonces soy como un cuerpo que prefiere irse a lo alto. Que busca salir de su ciudad. Que todo lo hace como si nada pudiera tocar. Entonces a veces rio de aceptación. O la ironía se impone a la ignorancia. Adapto lo que hago a un movimiento que me incomoda. Que mantiene apretada la piel. Así el tiempo es dudar. Convertirse en millones de pedazos de una hoja. Hacer de los días una cosa compleja. Andar en la circunferencia. Dominado por la gravedad. ¡Cómo me gustaría tranquiliza