Entradas

Mostrando entradas de mayo, 2013

Llamado

Extraño la PoeSía. Su silencio. Su pulcritud. Sus miradas al aire perdida por años de vida ajena. Extraño su voz. Sus ojos. Sus dibujos en la piel. Las marcas de sus locuras adolescentes. Dónde estás hermosa PoeSía. No desaparezcas más. ¿Acaso estás solo cuando no se te prohíbe? Extraño tu corazón sobre mi cuerpo. PoeSía...

Aún no

A mis trece años fui por última vez a San Pedro. Y fue la última vez que vi a la Marcela. Escuchaba a Luís Miguel y Pablo Ruiz. Patético, pero era bella y chistosa. Siempre me amó, según ella, pero nunca me dio la pasada. Como era mayor, yo creí que ahí estaba salvado, pero no hubo caso. No era mi tiempo. Hicimos de todo menos el amor. Pero de todas formas fue hermoso. Hizo de mí un tipo seguro y osado. Con el tiempo ella se fue a los Estados Unidos y un día me envió una carta con una foto de ella envuelta en la bandera norteamericana. Venía dedicada en inglés. Para entender lo que decía tuve que consultar un diccionario inglés-español. A veces la extraño. Cierro los ojos y la recuerdo tal cual era. Me encantaban sus piernas bien formadas y sus pies embarrados. Nunca una mujer me había defendido tanto.

Por una puta

Aun con su violencia mi tío era un tipo genial. Aún lo es. Ahora, ya más viejo, sigue diciendo que él es mi tío regalón. Y cuando nos vemos –que es poco- salimos a tomar cervezas. Él tiene una oreja partida por la mitad. Me contó que fue en una pelea que tuvo con un militar en una casa de putas. Obvio, fue por una puta. Estaba masacrando al uniformado fuera del local y éste le mascó la oreja en un acto desesperado. Así, por un tiempo, fue ‘el taza’. Lógico por lo demás. Mi tío decía que durante varios años, en cada aniversario de la pelea, le dolía la oreja partida durante todo el día. Y que eso le recordaba los costos de pelear. Dijo también que después de eso se cuidó más. Y que nunca más peleó por una puta.

El abuso

Era una noche más en su vida. Más triste y solo de lo habitual. Solo pensaba en llegar a casa, fumar, beber algo, sentarse a escribir. Nada más que eso –ahora-podía hacerlo feliz. Pero escuchó voces. Más bien gritos de mujer. Y reconoció de inmediato esa voz. Esa voz suave que alguna vez tuvo cerca de su oído, cerca de su piel. Y se dirigió al lugar. Temió que algo malo pasaba. Ella estaba en problemas. Y él había prometido cuidarla. No podía fallar. Ella dependía en ese rato de su violencia y de su rabia. Vio dos tipos que la molestaban. Que la empujaban y la forzaban a caminar hacia la playa. Querían llevarla a las rocas. Donde no había luz. Donde nadie podría oírla gritar. Querían abusar de ella. Violarla. Romper sus ropas y parte de su cuerpo. Pero ella luchaba. Se resistía como una fiera. Con gritos y golpes impedía ser atacada. No era dominada. Defendía su vida y su integridad. Entonces él se acercó rápido. Lanzó un par de gritos para distraer y espantar. Logró

Una llamada Poética

Cómo lo hace ella. Para sorprender cada vez que se acerca. Para ser una alegría. Una ansiedad. Una inspiración. La extraño. La deseo. Como nunca ha dejado de ser. Ella. Un poema. Una aventura prohibida. Un sueño platónico que solo es realidad cuando cierro los ojos. Cuando la busco en la mente y el corazón. Está. Siempre está. Ella está sola. Pero lo oculta. Sola piensa en mí cuando lo necesita. En nosotros. En los recuerdos de tardes enteras mirando el techo y a los ojos. En lo abrazos y cuidados. Se refugia en su soledad. Visita el mar y las arenas buscando respuestas a sus eternas preguntas. Buscando un compañero con quien hablar. Con quien al menos ser en un minuto lo que ella quiere de su vida. Su mirada. Su independencia. Su autonomía. Son tesoros que albergo entre los hermosos secretos de la vida. De la vida extraña que junto a ella siente compañía. De esas extrañas vidas que coincidieron en sueños, alegrías y tristezas. La comprendo y ella a mí. Quere

Cita Jim Morrison

Sabes, casi siempre mi estado de ánimo es bastante agresivo. Como una especie de sentimiento siniestro. Como alguien que no consigue sentirse cómodo con nada o no se siente relajado. Se da cuenta de muchas cosas, pero no está seguro de nada, ya sabes… Jim Morrison (The Doors) When You’re Strange (película)

El loco Teo

Imagen
Una noche en plena plaza me lo encontré de frente. Él estaba ebrio y enojado. Yo estaba con la Marcela y un grupo de amigos. Ellos intentaron que se fuera, pero no hubo caso. Quería pelear. Sacarme la chucha en realidad. La Marcela, ¡obvio! No quedó más que enfrentar la batalla. Ya estaba muy cerca. Nos enfrascamos a golpes. Pero no duró mucho. Me sacó la cresta. Me dejó tirado en el piso a coliguasos [1] . Yo quedé todo marcado y adolorido. Cuando todo pasó mis amigos me levantaron y me llevaron a rastras a la casa. Mientras la Marcela me limpiaba la sangre y la ropa. Salió a verme mi tío y preguntó qué pasó. Me llevó al baño y me limpió. Y me dijo que no me acostara todavía porque íbamos a salir. Yo quedé espantado, pero hice caso. Mis amigos solo abrieron los ojos.  Al rato, bien entrada la noche, en la plaza, el loco Teo estaba gateando en el suelo pidiendo que no le pegaran más. Y desde el piso, apenas abriendo los ojos, me pidió disculpas. Nunca más tuve un problem

Demanda y postura

Imagen

Invisible

Qué extraño es no tener sentidos. Que estos se apaguen. Que no sientas, no percibas, que no exista empiria. Que nada perdure o sedimente. Todo pasa. Sin evocación al momento de desaparecer. Nada hay entonces. Ni imágenes, ni aromas, ni gustos. Tampoco sonidos. Tactos sin recuerdo de lo sucedido. ¿Dónde se hallan? ¿Los hubo? ¿Los hay? ¿Es posible acaso vivir sin sentir? ¿O más bien sin poder capturar aquello que en algún segundo se llega a sentir? Dónde está ese respiro entonces que transita sin construir en su cabeza. Sin armar, sin edificar. Sin pertenencia, procedencia o destino. ¿Existe? ¿Es? ¿Vive? ¿Está en algún lugar? Nada ha sucedido en años de actividad. No hay libros, fotos ni videos mentales. Tampoco los hay materiales. Palabras quedan en murallas virtuales esperando ser vistas en la historia. Sin saber cuándo y sin que importe además. Sin saber dónde. Se apaga. Está, pero se difumina. Se diluye como el humo. Se mueve sin recorrido ni distancia. Avanza h

Si los humanos tuviésemos alas (tercera edición)

Imagen
¿Alas? ¿Alados? ¿Volando? Si los humanos tuviésemos alas viviríamos en las alturas y a nivel del mar. Tendríamos casas al borde de los cerros. Solo habitaríamos edificios. Y entraríamos por el aire, raudos a nuestros departamentos. El espacio crecería. Viendo desde arriba los objetos. Caminando viendo a lo alto cómo cruzan otras personas. Cómo otros vuelan. Si tuviésemos alas, éstas se desarrollarían entre la doceava y dieciseisava semana de gestación. En ecografías, las orgullosas madres podrían ver los ojos grandes de sus hijos, las manos pequeñas, el sexo y las nacientes alas. La familia esperando grandes y fuertes alas. Si el padre de ese niño tiene buenas alas, hay esperanzas de que su hijo también las tenga. Luego de nacer, aprendemos a caminar, hablar, mover nuestras alas y volar. En pre-escolar existiría la asignatura de vuelo primario. Desarrollada por una mezcla profesional de párvulo, psicomotricidad y educación física. Profesionales egresad

Verano...

La playa era extraña. Tenía unos quinientos metros de largo y muchas rocas. Solo había un sector pequeño donde uno se podía bañar. Pero los más avezados se tiraban piqueros en algunas puntas cerca de las rocas. Era bien taquilla. Había mucha onda y popularidad. Quien iba al Laucho no surfeaba, pero la llevaba igual. Las mujeres eran hermosas. Todas. Yo miraba mucho y trataba de ocultar mis espinillas. En uno de sus extremos estaban ‘los monstruitos’. Un sector de rocas acondicionado como piscina de agua salada detrás del Caleuche, el típico club-restorán de la armada. Para llegar ahí había que caminar sobre las rocas o por el borde de una pared de piedras que dividía la playa del club de los marinos. Ese trayecto era el más peligroso. A veces te bajaban los marinos. Y en otras, las peores, salía un perro cojo de tres patas que no dudaba en morder. A todos nos dio una mascadita por lo menos una vez. Arrancar de ese perro era un acto de arrojo y valentía. ‘Los monstruitos’ era una en

La mudanza

Una mañana, luego de la pelea de rutina, no aguanté más. Me paré de la mesa. Saqué unas monedas y me fui de casa. Negocié con mi papá. Obvio, no hubo problema. Me dio algo de dinero y coordinamos la salida definitiva. Al otro día –un hermoso domingo de sol- llegó un flete a mi casa. Yo había estado por la noche y la mañana guardando mis cosas. Hasta desarmé mi camarote y lo guardé en cajas. En ese momento supe que nada podía hacerme mal. Que dependía solo de mí. Y que irse era mejorar. No tuve ayuda. Solo miradas de repudio. Una vez cargada la última caja mi madre soltó un par de lágrimas y una imborrable cuña para el bronce: ‘olvídate que tienes madre’. Y me fui lleno de alegría de ese lugar. A ella solo la volvería hablar luego de once años. A él, mi tío, nunca más lo vi, ni siquiera cuando murió de cáncer. Cómo cambia la vida luego de un cambio de casa. A los trece años comenzó mi vida. Más vale tarde –pensé. Nunca más volví hacer obligado una cama y barrer una pieza. Nunca

Amateurismo

No sé bien cómo estoy. Hace rato que no siento algo. Vivo. Sobrevivo. Respiro. Creo. Comparto la comida con mi gato. Voy a nadar, a veces. Escribo. Harto. O sea, no sé. No sé si tanto, pero lo hago. Me gusta. Escribo a diario. Escribo notas, citas, relatos. Tengo un blog. Hago artículos para revistas, pero académicas. Eso es otra cosa. No es mala. He mandado textos a agentes. Textos de lo que me gusta. Pero aún nada. ¿Lo que me gusta renta? Qué pregunta. Publiqué un libro en internet. Por ahora me concentro en trotar por la playa cada noche y jugar fútbol los fines de semana. Fútbol amateur, obvio. Juego en dos ligas: la magisterial y la minera. No soy futbolista, pero me creo.