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Mostrando entradas de octubre, 2014

¿…Buscando…?!

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No se encuentran, no se encuentran. Temen a la vida… Van por ella sobrepasando miedos o entrenando para hacerlo. La idea es agrandar el cuerpo y con ello el alma (qué es eso). Hacerse capaz, más grande, más fuerte. No encontrase no ha de ser tan bueno, asumo, pero ellos son entretenidos. ¿Cómo alguien pudiese saber exactamente quién es en un mundo como este? No encontrarse, no saberse, no conocerse, no parece un requisito para vivir. Y así son tanto más interesantes. Van en contra. Y así la alegría toma mayor satisfacción. Mayor es el orgullo del sarcasmo cotidiano. La ironía que los lleva a estar sin pertenecer. ¿Qué es la urbe? Un no lugar… ¿Qué es la ciudad? Un no lugar… ¿Qué es el mundo? No se sabe… Algo ha de ser. Tan extraño como respirar. Se atraen quienes no se encuentran. Quienes viven a veces intentándolo y, obvio, sin conseguirlo. Se acercan porque en su búsqueda despliegan alegrías, tristezas y vergüenzas. Las toman y las convierten en creatividad. En un arte

Dados proféticos

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Dados fieles Dados daos todos Faithful dice Dados proféticos son Los asociados al azar, aleatoria existencia Esos que siguen el olor a urbana y solitaria caminata, etnográfica existencia Los profetas encontrados en el reino del azar y lo cotidiano En calles, en playas, en pastos Sin saber que vivían como dados Seguros de no pertenecer a este planeta Solían siempre estar solos Hasta que cruzaban sus aromas Partículas orgánicamente místicas en el viento Los tocaban y algo se miraban para luego hablar Y después de la mano caminaban Dados tirados a sentir distinto Faithful dice A caer como sea A creer y vivir de otros modos Cualquiera sea las vueltas A caminar silenciosos entre rostros, ruido y luz Con la pasión resguardada y la boca sonriente Profetas elegidos dueños de una verdad incomprendida Que es mejor callar por poco tiempo

Paso primero (segunda edición)

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Necesito volver, necesito volver, volver, necesito volver Volver como partículas de energía Necesito volver como el abono Necesito morir como una generación Llegar a ser un hijo de fuerte entrecejo Debo volver a la ruta de los jardines Ya no tanto de alegría como de seriedad Necesito posar los sedimentos certeros sobre los sueños fundamentales que nacieron de sonrisas y latidos Debo volver por promesa esencial Por protección eterna Por una naturalidad vital a riesgo de prestigio Debo volver por el hacer de la energía brotada del naso infecto Por la nómina centuria, la que indica la pérdida del alma Debo volver por respirar Por no experimentar escenas de una vida completa que aún está con vida Debo recordar. Quiero recordar No encuentro mi memoria de deseos Mi sueñósfera –como Gaia diría- Mi guía genuina El cimiento de mi existencia Debo volver por los paisajes a bordo del tren de los recuerdos Debo por los ojos de alegre lagrimar, encontra

Quiebres

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No era mayor. Tenía miedo. Estaba solo. Mi padre era genial. Con mi madre todo mal. Fue como una hermana. Una mayor. Grande y pesada. Odiosa. Y más encima me pegaba. Yo la incomodaba. Lo sentí desde el inicio. Crecí y le caí mal, o algo así. Le recordaba cosas o a alguien, no sé. Pero le cargaba. Yo le cargaba. Me tenía mala a veces, no siempre, pero le pasaba. Me quería bajar. Me avergonzaba. Nunca entendí. Por mucho tiempo fueron preguntas. Luego algo de claridad. Después ya qué importaba. La cosa era salir de esa casa. De esa vida. De la compañía de esa señora. Ella quería estar sola. En ese lugar yo existía de mala forma. Algo me reía. A veces con ella eran risas. Nos unía un cierto sarcasmo por la vida. Un cinismo disfrazado de burlas. Era divertido. Reírse de las personas familiarizaba las cosas. Cuando la quiso llevar –tuvo que hacerlo, no quedaba otra- no hablaba, no explicaba, no comprendía. Imponía nada más. Yo crecía. Nada de lo que ella decía me gustaba. Enco

Una idea

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Así estaba en la cocina de aquella casa, mi casa. Al menos la que tenía. Tenía marcas en la cara y la espalda. Salía sangre por mi nariz. Oía gritos. Sus gritos. Esos gritos de mierda que me hicieron crecer en desventaja. Esa personalidad patética que solo despertaba con las rabias. Ese cerebro que no leía, no estudiaba, no pensaba. Una madre. Tenía lágrimas en las mejillas, yo. Ella un arma en las manos. Ese ceño fruncido como gato antes de cazar. Como quien vive en batalla, en la guerra eterna de la nada.  Sus manos temblaban. Su boca escupía. Joven de mierda. Sola y odiosa. La odiaba por huevona, por pesada, por mentirosa. Empeñada en que yo viviera mal solo porque no sabía qué hacer con su vida. Para qué es la infancia si no para crecer. Las formas que alcance son algo azarosas. Así estaba en esa cocina. Pensaba y trataba de no hacer ruido. Un cuchillo que estaba en mis manos ya me había atravesado el alma misma, pero imaginariamente. En realidad nunca estuvo ni

Para qué

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Reconozco miedos y vergüenza. Me cuestan las alegrías. Me cuesta reconocerlas. Reconozco mis miedos y mis vergüenzas. Más vergüenzas advertidas. Los miedos aún se presentan y no puedo a todos encontrar. Tengo ese síndrome que acompaña las letras. Ese del cual solo emergen de la tristeza. ¿Me gusta y hace mal? ¿Es necesidad, creatividad, ignorancia? Soy uno que escribe. Que se esfuerza por decir la verdad. Que vive de mentiras cotidianas. Que poco puede hablar y expresar. Que si dijese lo que piensa cambiaría su vida cada día. No sé en qué punto de la vida –mi vida- dejé de hacer lo que pensaba, lo que me gusta, lo que me hace temer, estallar, vibrar. Escribo para mí. Para la inmortalidad. Para encontrar una pizca de aire limpio que traiga felicidad a la historia y una ventana con cortina blanca que se eleva por el viento del mar.

Noche sin fortuna

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Documental: Francisco Forbes – Álvaro Cifuentes Qué documental más hermoso, más extraño, más valiente, más real. Qué gran final con Atmosphere de Joy Division. Todo un objeto psicológico. Una sesión. Una terapia dura que deriva en sublime nostalgia y tierna pena. Genial. Contada con pedazos de obras de cine, literatura, teatro, cartas y registros audiovisuales. Toda una técnica, asumo, que en este trabajo queda perfecta. Gran producción. Uno simpatiza con esta forma de contar una historia. ¡Y qué historia! Agradezco la oportunidad de tener una noche sin fortuna. Mi noche sin fortuna, sobre todo un viernes. Y de paso entender por un rato un montón de cosas. Y luego tal vez relacionarlas con mi propia vida. Esta Noche sin Fortuna es excelente porque intenta ser racional. Porque presenta la historia sublime, extraña y ejemplar de Andrés Caicedo, casi como si fuera un estudio de caso. Toda una unidad de análisis. Una exploración a la fina frontera entre el arte y la ciencia, ent