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Mostrando entradas de noviembre, 2011

La excelencia

Se unen. Confluyen. Conjugan. Tiempo, moral, culpa. Alegría, viajes, libertad. El deseo inconcluso que busca ser realidad. Sin agitar la vida tal cual está. O cambiando ésta de forma radical.   Ahí está. Constante. La pena. La rabia. La ansiedad de lo que no se logra ver. Ni alcanzar. Es el apuro. La inculpación colgada de la espalda. Ver a las personas cercanas solo pasar. Creer que nada ha sido cierto. Que se quiere, pero no se entiende. Que se desea, pero no resulta. Que la vida sirve solo de sobrevivencia. Que aquello que adapta se sabe usar. Saber caminar entre las calles y urnas de llamadas. Y solo. Desacomodado. Contrariado. Con sueños y sin educación. Con alma y sin capital. Con las manos atadas en el aire que pasa. Sin ver nada propio. Nada que pueda perdurar. Tenerla sí a ella. Natasha. A él, papá. Para ellos armar la fortaleza. Alcanzar la cúspide y la realidad. Llevarlos a sus sonrisas. Para que puedan respirar. Para que duerman en sábanas tranquilas. Bajo

Obediencia

La obediencia es el suicidio mientras aguardas que llegue el sol a los rincones donde descansas tu vida. Y ésta nunca la entenderás. Nunca porque no está hecha para entenderla. No para ser comprendida. Solo está para llegar. Arribar donde sea y en todo lugar. Mientras mirar a la cara a los esclavos prósperos revienta el estómago. Ver sus corbatas de mal gusto y el tono de poder que nace de sus patéticas y pequeñas oficinas. Son nerds, pero no son inteligentes. Solo miran las cuentas cada mes. Solo engullen carne y lavan sus dientes. Mantienen a sus hijos y les dan de comer. Un día la política dice que se es mayor a los veintiuno. Luego a los dieciocho. Luego ya nadie sabe qué es crecer. Todos tiran antes de los quince. Aman por primera vez a los dieciséis. Llevan sus parejas a sus propias piezas porque toman en serio su vida. Porque beben cuando tienen sed. La obediencia no es natural. Nunca el sol enderezó los árboles. Los dejó crecer, morir y liberarse. En las calles

Víspera de carnaval

Se viene a la mente ese viaje. Uno de los pocos. Los veranos “comunes” del norte chileno. Entre las selvas bolivianas. O la ruta Puno – Machu Picchu. Que, espero, hayan asfaltado. Lo que es probable, a estas alturas, dado el crecimiento de Los Pumas peruanos. O Los Cóndores de la segunda década del XXI. Extraño es que las selecciones de rugby de Argentina y Chile llevan los mismos nombres. Pero bien. Apenas trabajé un mes en la bodega de mi padre. Que era nuestro patio –además-. Casa en la cual también el living-comedor fue una bodega. Y él accedió a pagar de sueldo justo la plata que requería. Típica clase media entero de esforzada de la sociedad nortina chilena. Un amigo –Claudio Fernández- se unió al viaje. Puso menos plata. Pero era talento seguro. Sabría viajar. Y, por supuesto, yo no imaginaba pasarla mal. Ya en la terminal, dos piteadas al caño y emprendimos a Cochabamba ( qhucha=lago y pampa=planicie. Quechua) . Una urbe boliviana. Atravesando Tambo Quemado en el

Aceptación

Sangre y lluvia. Más de lágrimas que de ideas. Enclaustrado. Aguardando el valor o la valoración. Perdido. Habiendo perdido una vez más. Otra burbuja que revienta sola. Sin final. Sin llegar a perdurar. Bajo. Sin espíritu. Confuso y entristecido. Deambulando en áridos terrenos morales y sensitivos. Sin respuestas. Sin coherencia en la reciprocidad. Desarmado. Desalmado. Donde la inteligencia no basta para leer el corazón. ¿Por qué simplemente puede no afectarme que no sea una vida ideal? ¿Tuve alguna vez acaso una existencia idónea? Pregunto… Como si me importara… Como si me pudiese alegrar… En un loco y extraño mundo ajeno e individual. Algo no ha cambiado. Nada es una eternidad. Y así entonces no hay pertenencia. Nunca hubo. Ni en la cuna. Ni en las calles. Ni en la vida laboral. Y aun así no logro asimilar mi desprendimiento. No puedo –siempre- respirar.          

Sueño

Imagen

Que no coman las hormigas

Sé dónde ocurrió. Fue en el carro de un metro-tren. En una urbe costera. Llena de personas. Esclavas y las demás. Pasó cerca de la ventana. Chocó con una dama. Pidió disculpas. Se sentó. Esperó. Y bajó tomando su celular en la estación más solitaria.   Avanzó. Él. Necesitado de alivio. ¿Necesitado de alivio ahora que siente de verdad? ¿O que se da cuenta de aquello? De que siente. Y que tal parece es muy real. Y se pregunta, ¿nadie merece acaso la propia pena? ¿Acaso nadie puede hacer que se sienta mal? Quiere perdurar en el aire y en el jardín. Debe ceder y a veces aguantar. Aunque duela delante de la espalda. Entre las costillas y la garganta. Dejar que incluso le puedan pisotear... el jardín. Y eso es muy extraño. ¿Real o irreal? –Vuelve a preguntar-. De hablar su historia solo estaría otra vez. Y no quiere. O sea. ¡Aún puede todo esto conservar su magia vital! –Cree- Quiere creer. Desea que sea verdad. ¿Amor y dedicación? ¿Pleno tiempo? ¿Adoración, bellez